"Mi vergüenza ajena" (Rabino Ovadia Yosef)
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Sentir vergüenza ajena es vivenciar concientemente ese peculiar sentimiento humano de deshonor o de deshonra de los otros.
Estoy completamente inmerso en un absoluto estado de indignación hacia el Rabino Ovadia Yosef. Con una profunda sensación de estupor, repugnancia y tristeza he leído su discurso semanal del sábado por la noche, que se transmite vía satélite a las comunidades judías en todo el mundo.
Conceptos hacia mis hermanos gentiles (*) que solo aportan a incrementar el odio, la intolerancia y la violencia en un mundo que ya esta hastiado de estas lacras, conceptos que no son fáciles de reproducir porque esa vergüenza ajena no me lo permite realizar.
Desde el fondo de mi alma judía declaro mi mas ferviente repudio a esas espantosas palabras que al sembrar gratuitamente el odio y las discordia en el mundo, producen tanto daño espiritual a mis hermanos gentiles, a mi pueblo judío y a los mas elementales valores humanos.
De esa gran consternación y vergüenza ajena que me invade, emerge en mi una gran necesidad moral y un tremendo desafío emocional que superan mis limitadas aptitudes culturales e intelectuales.
La organización judía denominada Liga Antidifamación (ADL, en sus siglas en inglés) ha denunciado que el destacado rabino Ovadia Yosef (foto) fomentó el "odio" al decir que los no judíos sólo existen para servir a los judíos y compararlos con los burros.
Shlomo Slutzky es popularmente conocido por ser el corresponsal de Clarín en Israel, pero pocos en el país saben que también tiene una fecunda carrera como realizador documental, con producciones relacionadas con las comunidades judías de Latinoamérica y su relación con Israel, exhibidas tanto en la TV argentina e israelí como en festivales internacionales de Cine Judío y de Derechos Humanos.
La permanente negativa de la República Islámica de Irán de entregar a nuestra Justicia a los sospechosos de haber volado la mutual judía de la AMIA y el reciente rechazo iraní a trabajar juntamente con nuestro país para que esos implicados puedan ser juzgados en un tercer Estado vuelven a poner en el centro del debate mundial dos cuestiones complementarias. Por un lado, en dónde nos encontramos y hacia dónde vamos en materia penal internacional; en otras palabras, lo posible y lo deseable en el combate contra el terrorismo internacional y, en segundo término, la necesidad de contar prontamente con un tribunal penal internacional (TPI) con nuevas competencias.
No es novedad que en política se mienta. Pero existen grados, circunstancias y motivos. Por diversas razones se tolera más a ciertos individuos y facciones. En general gozan de esta prerrogativa quienes han conseguido victimizarse. Entonces se les perdona, porque su presunta condición les autoriza a cometer infracciones que no se critican y ni siquiera se ven: forman parte de una ilusión justiciera. Para dar un ejemplo límite, baste recordar la flexibilidad con que la mayor parte del mundo aceptó el crecimiento y la agresividad del nazismo, porque "provenía" de las crueles humillaciones que se habían impuesto a Alemania en el Diktat de Versalles. Hitler tenía derecho a armarse y provocar.
La agenda de David Harris para la Argentina es, cuanto menos, "sensible". O "urticante". Incluye los atentados de 1992 y 1994, la Triple Frontera, Irán, Hugo Chávez, el riesgo latente de un tercer ataque terrorista, antisemitismo, impunidad y otros asuntos de similar calibre, como la polémica interacción de Israel con sus vecinos, aun cuando también evite entrometerse en chisporroteos recientes, como el traspié del ministro de Economía, Amado Boudou, al comparar a dos periodistas con los prisioneros que ayudaban a limpiar las cámaras de gas del nazismo. Vale, también, una aclaración: las alforjas del director ejecutivo del influyente Comité Judío Estadounidense (AJC, en inglés) siempre estuvieron llenas. Incluso desde mucho antes de ocupar ese cargo, al que llegó en 1990. Así fue como, allá por 1974, siendo un muy joven (25 años) y sencillo académico norteamericano que participaba en un intercambio de buena voluntad en plena Guerra Fría, lo deportó la Unión Soviética.