"Cuando Iosef llegó a ver a sus hermanos, en seguida los reconoció, pero se
hizo irreconocible para ellos. Les habló con dureza y les dijo: “¿De dónde
han venido?” a lo cual dijeron: “De la tierra de Canaán para comprar
víveres”.
Así reconoció Iosef a sus hermanos, pero ellos mismos no lo
reconocieron a él. Bereshit 42:6-8. Estos versículos suenan terribles,
pero, esta situación se da muchas veces en muchas familias y en muchos
pueblos.
Como que el incidente es un indicador y una enseñanza para todos
nosotros. Como lo son otros sucesos acaecidos en esa familia –que es la
nuestra-. Iehudá no reconoció a su nuera Tamar. Iaacov no reconoció a Leá,
pensando que era Rajel. Itzjak no reconoció a Iaacov, pensó que era Eisav. Y
ahora, los hermanos no reconocen a Iosef. Hay algo más profundo en esos
"desconocimientos". Iehudá amaba a su hijo menor y temía entregarlo a
Tamar. Iaacov amaba a Rajel. Itzjak a Eisav. Los hermanos no amaban a nadie
más que a ellos mismos. El fruto de las mascaradas es bueno en el corto
plazo pero terrible con el tiempo. El disfraz no permite el amor. Iaacov
paga alto precio por el robo de la bendición. Iehudá abandona a Tamar
después de su parto. Lea nunca logra ser amada. Los hermanos de Iosef
temieron de él hasta su muerte. Los seres humanos miramos lo externo y no
podemos descifrar lo más profundo.
En nuestros días, jóvenes vestidos como observantes de las mitzvot, con peot
al viento y largas faldas que barren la tierra, atacan a árabes, les roban
sus ovejas, arrancan sus olivos, dañan sus automóviles, profanan sus
mezquitas, y creyéndose impunes, atacan también a los soldados del ejército
de Israel que arriesgan sus vidas para protegerlos. No son religiosos. Son
delincuentes. Como tales hay que tratarlos. Otros personajes vestidos con
sombreros y ropa de color negro, discriminan y atacan a las mujeres. Ambos
grupos invocan vanamente el nombre del Eterno. Algunos equivocados creen que
son religiosos. No lo son.
En el baile de las máscaras Hashem sabe perfectamente quien es quien. Y
nosotros debemos desenmascararlos.
Al igual que en la historia de nuestros padres, de nada sirve que se
disfracen hasta parecer irreconocibles. Al final todas las imposturas son
descubiertas.
Jag Urim Sameaj,
Yerahmiel Barylka
ירחמיאל ברילקה