En la medida que han transcurrido los días desde el fallecimiento de Maria Elena Walsh el pasado 10 de enero se han acumulado notas, homenajes, semblanzas, video-clips, y simplemente recuerdos: compartidos e íntimos. Cuando repetidamente se dice que con ella crecieron varias generaciones de niños (que hoy somos todos sobradamente adultos), seguramente nadie lo sabe mejor que cada uno de nosotros, en su memoria más profunda. La noticia actuó como una suerte de terapia y catarsis colectiva, pero esencialmente individual. Colectiva porque afecta a un colectivo, un conjunto de personas de diferente generación, clase social, o nivel cultural; individual porque cada uno conserva una arista personal e íntima de ese recuerdo compartido.
Personalmente, Maria Elena Walsh evoca sentimientos: desde la tristeza por primera vez reconocida como tal en “La Pájara Pinta”, a la sensación de humor desenfrenado y loco del “Twist del Mono Liso”, pasando por la alucinante (literalmente) “El Mundo del Revés”, la irónica “La Juana”, la evocativa “Manuelita”, y tantas otras canciones y sentimientos asociados durante la infancia. Desde aquel primer espectáculo en el Teatro Solís de “Canciones para Mirar”, actuado entonces por la bailarina Olga Bérgolo, quedó expuesto un mundo que llevábamos dentro pero que ella, M.E. Walsh, supo expresar para que podamos reconocerlo, aprenderlo. Del mismo modo que Quino con “Mafalda” nos expuso a los grandes temas del mundo y la realidad, así como Serrat nos expuso a la mejor poesía, M.E. Walsh nos develó, como si fuera una paleta de colores, los matices y claroscuros de los sentimientos. Por primera vez hablamos de “tristeza” o “diversión” como conceptos, como ideas.
No muchos años más tarde su canción “Serenata para la Tierra de Uno” nos acompañó desde “Nuestra Galleguita”. El desarraigo y la nostalgia convertidos en tema de amor del prototipo de la telenovela argentina; la versatilidad de un texto, la universalidad de una poética, y la delicada honestidad de una visión de mundo. Todo conjugado en un único, masivo, y popular acto comunicacional. Probablemente de aquella tira quede poco; pero “Serenata para la Tierra de Uno” ha sido cantada una y otra vez a lo largo de los años y la historia, como un himno a la naturaleza de estas comarcas.
Tal versatilidad habilitó que “El País de No me acuerdo” fuera el cierre de la galardonada película “La Historia Oficial”. Así, la obra de M.E. Walsh permea toda la cultura rioplatense y asoma en pequeños detalles, como los nombres de las tortugas. Aun los niños de este siglo bautizan así a sus mascotas y saben por cierto la canción, aunque no sepan quién la escribió ni signifique ya lo que significó entonces: cultura, sensibilidad, respeto, inteligencia. Si existe una banalización de la niñez a través del mercadeo, las sagas, y los efectos especiales y explícitantes, la literatura de M.E. Walsh es el mejor antídoto para dicha banalidad. Tal vez su muerte signifique su renacimiento, como la mayoría de los mitos. Aun si es sobre las alas del mercadeo y el mercado. También vale.