Entrevista especial con Itzjak Shefi, Embajador de Israel en Buenos Aires en el atentado de hace 20 años.
Tras unas larga trayectoria diplomática especializada en América Latina, que incluyó entre otros destinos México, Colombia, Venezuela, Ecuador y Chile, Itzjak Shefi llegó en marzo de 1989 a Buenos Aires, acompañado de su esposa Rajel, para desempeñarse como el nuevo Embajador de Israel en Argentina. Nada le vaticinaba que al finalizar sus funciones y retirarse - por haber llegado a la edad determinada por la ley para hacerlo - del servicio diplomático exterior, quedaría registrado en la memoria como «el Embajador del atentado».
El 17 de marzo de 1992, a las 14.45, una imponente explosión estremeció la calle Arroyo en la que se hallaba la Embajada de Israel. Una bomba destruyó el edificio, mató a 29 personas y dejó a casi 300 heridas. Shefi, por azar, no se hallaba en el lugar. Había ido a almorzar a la residencia particular por insistencia de su hija, que había llegado de Ecuador con sus hijos - los nietos de Itzjak y Rajel - y estaba pasando un tiempo de vacaciones en familia con sus padres. Cuando él llamó a la residencia poco antes a avisar que estaba demasiado ocupado y que le sería más práctico comer algo a la rápida en la embajada misma, su hija le aclaró que los nietos lo están esperando para almorzar juntos y que el trabajo podría esperar un rato más. Con ello, le salvó la vida.
Itzjak y Rajel Shefi nos reciben en su departamento en el barrio de Beit HaKerem en Jerusalén pocos días antes de partir hacia Buenos Aires, donde participarán en el acto en conmemoración de los 20 años del atentado. Tras haber finalizado sus funciones en agosto de 1993, Itzjak vuelve ahora a recordar.
Este es el diálogo mantenido con el ex Embajador de Israel en Argentina, que hace 20 años, volvió a nacer.
- Embajador Shefi, usted está viajando ahora a Buenos Aires a la ceremonia recordatoria del atentado perpetrado hace 20 años. ¿Con qué espíritu parte hacia Argentina en estas circunstancias?
- Los sentimientos son mixtos. Por un lado, el motivo del viaje es la conmemoración de 20 años del atentado en el cual murieron colegas y amigos y hubo muchos heridos. Por otro, después de 20 años, volver a esa bella ciudad de Buenos Aires, donde vivimos cuatro años, y reencontrarse con amigos de antaño, hace que la pena se mezcle con la alegría.
- ¿Cómo recuerda usted aquel día hace 20 años; el 17 de marzo de 1992?
- Comenzó como una jornada normal en el que la embajada funcionó como todas los demás. Dado que el trabajo de un jefe de misión, sobre todo en Buenos Aires, se inicia en la mañana y termina tarde en la noche con compromisos más allá del horario de oficina, acostumbraba cuando podía ir a almorzar en casa para cobrar fuerzas por el resto del día. Estando en casa almorzando llamó un amigo y lo primero que me dijo fue «¡qué bueno que estás en casa!». Le pregunté por qué lo dice y me contestó: «ahora estoy escuchando por radio que hubo un atentado en la embajada de Israel». Y colgó el teléfono. Desde luego, me fui de la residencia, pedí al chofer que vayamos a la Embajada. En el camino se oían las sirenas de las ambulancias. Aún no las vinculaba con el atentado, pero cuando nos íbamos acercando a la calle Arroyo, en un punto determinado la policía nos paró, dijo que no se puede avanzar más porque la Embajada de Israel había sido destruida por una bomba.
Salimos del coche y junto con el chofer y el guardaespaldas seguimos a pie hacia la embajada. Y cuando llegamos vimos el desastre, la tragedia…
- Y ya nada fue igual que antes...
- Para mí este día, el 17 de marzo, todos los años, es lo que para un judío piadoso es Tishá BeAv, que recuerda la destrucción del Templo. Esta embajada, en la calle Arroyo, era mi templo. Y lo vi destruido. Quedé con esa imagen de una embajada que si bien no era lujosa, estaba impregnada de historia. Era una embajada por la que pasaron personajes israelíes, diplomáticos, políticos, desde Ben Gurión hasta Begin, Golda Meir y muchos más. Y en los últimos tiempos había estado también el presidente de Israel Jaim Hertzog. En más de 40 años de relaciones diplomáticas, era la primera vez que un presidente en ejercicio visitaba oficialmente el país, invitado por el presidente argentino. Toda la historia de las relaciones entre Israel y Argentina y entre Israel y la comunidad judía argentina, impregnaba ese edificio, que algunos llamaban «palacete»; la Embajada en la calle Arroyo.
- ¿Qué es lo primero que se piensa en un momento así, cuando ve la embajada destruida? ¿Lo recuerda? Es que se mezclaban muchas cosas: los compañeros de trabajo muertos o heridos, el significado político de lo que había pasado, el aspecto personal que pasaba por el hecho que usted se salvó…
- Creo que no hubo pensamientos. En un momento así el hombre actúa no siempre razonando. Se intentaba sacar ladrillos para intentar salvar a la gente que todavía estaba debajo de los escombros. Pero en mi caso. lo primero fue tratar de ver qué se hace de ahí en adelante, no entrar ya en los pensamientos sobre quién lo pudo haber hecho o por qué nos tocó algo así.
Recordemos que un diplomático israelí cuando sale al exterior, se prepara para llegar a un país desconocido con un caudal de noticias que son parte de la historia de las relaciones entre los dos países, pero ninguno recibe preparación acerca de cómo actuar ante una tragedia como esta. Nadie va a una misión en nombre del gobierno de Israel pensando que le va a ocurrir semejante tragedia.
- Pero para un diplomático israelí tiene que ser mucho más común pensar en la posibilidad de un ataque que para un diplomático de otro país…
- Sí, pero ese pensamiento es parte integral del ser de un diplomático israelí, ya que siempre está al lado suyo un guardaespaldas. Pero no va más allá de eso y no piensa que a él le va a ocurrir lo que me ocurrió a mí en Buenos Aires.
- Volvamos a aquel día…
- Tenía que tomar decisiones en el acto. La Embajada ya no está. Cientos de personas heridas fueron llevadas a hospitales y no sabemos a cuáles. Teníamos que saber exactamente dónde está nuestra gente. También había heridos entre los transeúntes y los vecinos de los edificios cercanos. Todos nos interesaban, pero teníamos que ubicar a nuestra gente. Pedí a un auto de la Policía que vaya frente al auto de la embajada y empezamos a recorrer hospital por hospital, preguntando si habían llegado víctimas o heridos del atentado a la embajada. No había hospital que no haya recibido heridos. Cuando me confirmaban que sí, que habían recibido heridos, pedía verlos, ya que nadie había llegado con documentación y debían ser identificados personalmente. Esa fue la primera misión.
Además, necesitábamos una oficina, que hallamos en un hotel vecino, para tratar de tomar contacto con Jerusalén, con la cancillería. En esto recibí ayuda del Canciller argentino, Guido di Tella, que me llevó a su despacho y me ofreció el teléfono para llamar y hacer los primeros contactos con la Cancillería.
- ¿Cómo fue la actitud de las autoridades argentinas? ¿Se sintió abrazado por el gobierno?
- Creo que ellos recibieron el shock no menos que nosotros. Si bien Argentina pasó años difíciles durante las dictaduras y sufrió atentados de carácter político sobre todo, nunca antes del ataque a la embajada de Israel había ocurrido algo de semejante magnitud. Así que para ellos también fue un shock muy fuerte. Encontré en el Canciller un ser humano que se identificó con la tragedia.
- ¿Y en la opinión pública argentina en general, qué notó?
- Hubo reacciones de todas las índoles. Al día siguiente un periódico que publicó noticias sobre el atentado escribió que en el ataque a la embajada de Israel no hubo solamente víctimas judías sino también víctimas inocentes. Ya comprenderá usted el significado.
- Increíble...
- Cuando las autoridades se dieron cuenta de lo ocurrido y del impacto que eso podía tener en el escenario internacional, empezaron a tratar de buscar una salida o una explicación al respecto que dejara en claro que Argentina no tenía nada que ver. Hubo un ingeniero que presentó un informe «profesional», alegando que esto no había sido una explosión sino una implosión, o sea que había en la embajada un arsenal de dinamita y que la explosión había sido dentro de la embajada. Y si era así, Argentina no tiene nada que ver. Esto no explica por qué entonces había un cráter en la vereda de enfrente a la embajada.
Además, siempre había frente a la Embajada un policía argentino uniformado y cuando estalló la explosión no estaba en el lugar. Esto obliga a uno a preguntarse dónde estaba. Ahí alguien dijo que estaba acompañando al Embajador de Israel, que salió a una entrevista. Pero no volvieron a utilizar ese argumento ya que era obvio que el embajador no iba a ir a una entrevista con un guardia uniformado y sobre todo, que no lo iba a quitar del frente de la embajada. El hecho es que no estaba en el lugar y uno se pregunta por qué.
Y aún dando como hecho que el atentado fue planificado y ejecutado por terroristas de afuera, enviados por el gobierno de Irán, quien vino a hacerlo claro está que no trajo consigo ni el coche ni los kilos de dinamita que se necesitaban para hacer semejante acto.
- La ayuda de adentro era clave...
- Quiero decir que los terroristas tenían contactos con elementos locales. De eso no cabe duda. Hay una serie de preguntas que hasta hoy no tienen respuestas, porque los 20 años de investigación no llevaron a resultados concretos como para poder decir «hemos dado con los autores del atentado» . No creo que a esta altura, después de 20 años, el asunto se aclare.
- Hay aquí también algo muy personal. Usted podría haber muerto. ¿Cómo vivió esa sensación de que se salvó por azar? Si no hubiera ido a almorzar a su casa - y ya me contó su esposa que no siempre iba - habría estado en la oficina cuando la explosión.
- Así es. Aquí hay algo personal. Nosotros tenemos una hija viviendo en Ecuador. No importaba dónde estábamos, ella venía a pasar con nosotros las vacaciones escolares de sus hijos, que coincidían con las vacaciones en Buenos Aires. O sea que de diciembre a marzo nuestra hija venía a vivir con nosotros en Argentina, tal cual lo había hecho en Santiago de Chile y en otros lados. Aquel día, el 17 de marzo, mi agenda estaba muy cargada. Llamé a Rajel y le dije que pediría que me traigan un sándwich a la oficina porque no tendría tiempo de ir a comer a casa. Mi hija tomó el teléfono y me dijo que eso no puede ser, que sus hijos, mis nietos, estaban esperando a su abuelo para comer juntos. Aunque yo estaba muy identificado con mi trabajo y este antecedía a veces las necesidades familiares y personales, frente a ese pedido en nombre de mis nietos, me fui de la embajada.
Nosotros le dimos a nuestra hija la vida, hace muchos años. Y ella me dio a mí la mía… el 17 de marzo de 1992.
- ¿Se puso a pensar qué habría pasado si hubiera decidido otra cosa, como ser no escuchar el pedido de su hija?
- Sólo le puedo decir que de un lado yo tenía a Mirta, que en paz descanse, la secretaria local, en español. Murió en el atentado. Del otro lado, pegada a mi oficina estaba la oficina del número 2, el vice Embajador, David Ben Refael, que también perdió la vida. A mis dos lados murieron mis colaboradores. A lo mejor, si no hubiera ido a la casa, no estaría hoy dándole a usted esta entrevista en Jerusalén. Esto es cosa del azar. Para algunos voluntad de Dios; como quiera uno tomarlo.
- El hecho que le «tocó» a usted ser el embajador de Israel cuando el atentado, quedó como un símbolo. Por siempre, usted será el Embajador que estaba en funciones cuando fue destruida la Embajada. ¿Le molesta ese hecho, el que ahora se lo identifique con eso?
- Me molesta para no decir que me duele. No soy culpable del atentado pero sí soy «culpable» de los hechos positivos en las relaciones entre los dos países y los dos gobiernos; del diálogo muy positivo que tuve con la administración argentina y con las autoridades de la colectividad judía argentina, gente de gran envergadura con quien me entendí enseguida. En parte la molestia es que no se mencionen los logros y siempre me identifican con el atentado y punto. Parecería que estuve cuatro años, hubo un atentado y volví a casa.
- Es la crueldad de la dinámica de la noticia.
- Ya lo sé. Y hasta ahora cuando me preguntan cuándo estuve en Argentina y digo los años, me dicen «ah, cuando fue el atentado». Pero fueron años de actividad muy positiva. A pesar del atentado nos quedamos con una grata memoria de nuestra actividad de cuatro años en Argentina.
- ¿Cómo se pudo trabajar después?
- Fue difícil porque en Argentina no se había conocido nunca un atentado de semejante envergadura. El shock impactó tanto en el personal local, que dos o tres días después del atentado, cuando la embajada empezó a actuar en otro lado, no querían acercarse a la ella.
Tenían miedo. Pero los necesitábamos. Se pidió y llegaron de Israel dos sicólogos expertos en este tipo de traumas. No hablaban el español y entonces Rajel sirvió de traductora y enlace entre aquella gente espantada y sin deseos de volver a pisar la Embajada de Israel y los expertos que querían ayudar a que se sobrepongan a este miedo. No fue un trabajo rápido de una o dos semanas sino que llevó bastante tiempo. Poco a poco se logró restablecer una actividad más o menos normal con la misma gente que al principio no quería ingresar a la embajada, gracias a los sicólogos que vinieron de Israel. Los israelíes no tenían el mismo problema.
- Quizás por lo que ya mencionamos antes, esa conciencia que tiene el israelí promedio acerca del riesgo de un ataque en algún momento.
- Puede ser. De todos modos, si sintieron algo similar en sus corazones, no lo expresaron. Pero los empleados locales no tenían esta inhibición, decían «no vuelvo a la embajada, tuve suerte de salir con vida y quiero seguir viviendo».
- Y no se los podía juzgar por cierto.
- Claro que no. Por eso lo que había que hacer era tratar de ayudar a que se recuperen y sobrepongan al trauma. Y creo que lo logramos. Nadie presentó renuncia por lo del atentado.
Irán, el rerponsable y el peligro
- Irán fue acusado de haber orquestado el atentado contra la Embajada de Israel, así como dos años después, contra la AMIA. Hablar hoy del peligro de Irán es algo concreto, no sólo por el programa nuclear, sino por su apoyo al terrorismo. Israel ha advertido que el peligro existe también en América Latina. ¿Así lo ve usted también?
- Este peligro que mostró de qué es capaz Irán en 1992 en la Embajada y en 1994 en la AMIA, es mucho más fuerte hoy en día. El hecho que no se repitieron las tragedias de Buenos Aires es porque Israel aprendió las lecciones de esos atentados. Pero los diplomáticos israelíes corren peligro más que lo que nosotros corríamos hace 20 años. Si en aquel entonces Irán trabajaba en Argentina a control remoto, hoy en día la presencia iraní en América Latina es mucho más palpable, si tomamos en cuenta lo que ocurre en Venezuela, Bolivia, en cierta manera en Nicaragua. Ellos ya no necesitan control remoto porque están en América Latina. Cuando un ministro de Defensa iraní visita Bolivia, como lo hizo meses atrás el ministro de Defensa Vahidi, no es para visitar el Lago Titicaca. Esa visita tenía un propósito. Y las veces que Ahmadinejad visitó en los últimos años varios países latinoamericanos - agreguemos Ecuador y Cuba a los ya mencionados -, también dicen algo. El peligro de Irán es mucho mayor que antes cuando utilizaban solamente una valija diplomática y una embajada.
Hoy en día entiendo que inclusive tienen elementos militares que instruyen a los ejércitos en estos países. Así que el peligro es mayor. A esto hay que agregar un despertar del antisemitismo que está de cierta manera camuflado como si fuera sólo una actitud anti israelí. Es decir, alegan que no están de acuerdo con la política del actual gobierno de Israel. Pero esto es un pretexto. Este antisemitismo está levantando cabeza en América Latina.
Hay que estar despierto y muy atento ante lo que está ocurriendo; leer bien la realidad en cada uno de estos países para evitar que se repita lo que pasó hace 20 años en Buenos Aires.
Recuerdos de una buena época, no sólo del atentado
El Embajador Shefi lamenta que su misión haya quedado identificada con el cruento
atentado contra la embajada. Por el atentado mismo ante todo, y también porque en su resumen de la misión que cumplió en Argentina, hay una visión positiva sobre las relaciones bilaterales y sobre el trabajo hecho.
Estos son sus comentarios al respecto:
«En nuestra misión en Argentina, tuvimos suerte de encontrarnos con una comunidad sionista que se identificaba totalmente con Israel y que nos apoyó mucho en nuestra actividad. Además, había un gobierno democrático, ya después de la dictadura, con un segundo presidente después que el país había vuelto a la democracia. Primero había estado Alfonsín y a mí me tocó el período de Menem.
Todos estos elementos más el deseo de cumplir cabalmente una misión que quede grabada no sólo en mi memoria sino también en de los dos países, nos ayudaron. El hecho es que durante mi período, después de más de 40 años, el presidente en ejercicio en Israel, Hertzog, visitó Argentina por primera vez y lo mismo sucedió con el Presidente argentino Menem que visitó Israel. También vino a Israel el Canciller Domingo Cavallo. Nunca antes había llegado una visita de un ministro de Exteriores argentino a Israel aunque las relaciones diplomáticas habían sido establecidas en 1949.
Además nos interesó mucho toda la historia de la colectividad judía argentina. Y para conocerla bien y a fondo, nos propusimos, Rajel y yo, recorrer todos los lugares en los que todavía había judíos del tiempo de las colonias del Barón Hirsch, los pocos que habían llegado antes o un poco después. Esto nos llevó a lugares donde más de uno nos dijo que nunca habían tenido el honor y la suerte de recibir a un embajador israelí.
Llegamos a lugares, sobre todo en la provincia de Santa Fe, hasta Concordia en la frontera con Uruguay; a muchos lugares donde había comunidades pequeñas pero aún comunidades. Jamás nos preguntamos si justifica «sacrificar» días de trabajo o de descanso para conocer a un minián de judíos. La verdad es que en algunos sitios no había ni siquiera diez judíos.
En uno de ellos, recordamos, había funcionado una cooperativa fundada por judíos. En ese momento ya no quedaba nadie en la colectividad, aunque la cooperativa sigue funcionando. El presidente de la cooperativa me llevó a su despacho, abrió un armario y sacó de allí unos libros grandes y me dijo que los tiene ahí porque ahí estuvieron siempre, pero que él no sabe qué dice en ellos. Pues yo los abrí y vi que estaban escritos en yidish. Eran las actas de las reuniones que había habido al inicio de la cooperativa. Decía que se compraron cinco sacos de trigo y se vendieron tanto y tanto de otra cosa. Todo escrito en pluma y tinta y todo en yidish. Creo que en algún momento esto debería llegar a un archivo en Israel. Están allí todavía, en yidish, escritos a puño y letra.
También viajamos a San Luis en el centro del país, donde casi no hay judíos. En Salta hay más.
En un lugar hay un grupo de judíos para el que llega una vez por semana un maestro, un moré, de otro sitio, para enseñarles como «Sunday school». En otro sitio nos dijeron que era la primera vez que venía un embajador de Israel. Allí un señor mayor nos presentó a su nieto. Raquel le preguntó si le va a hacer Bar Mitzva y él dijo que no sabe si podrá porque no tiene allí quién le ayude. Raquel le dijo que si él le hace Bar Mitzva, tenía nuestra promesa de que la nuestra no habría sido la primera y última visita de un embajador de Israel, y que vendríamos de nuevo al año siguiente. Pero no hubo tal cosa.
Tuvimos experiencias únicas, generalmente de carácter positivo, que nos llenaban de satisfacción. Y ahí vino el atentado que cambió el curso de las cosas en el último año de nuestra misión.