25-03-2010 / A pocos días de celebrar Pesaj, los directivos de la Universidad Libre de Estudios Judaicos hablan de nuevas identidades, de discriminación, de los atentados a la Embajada y a la AMIA y del conflicto palestino-israelí y piensan lo judeo argentino.
La noche del 29 de marzo miles de familias, alrededor de la mesa hogareña, escucharán viejos relatos renacidos en una nueva forma de contar. Celebrarán Pesaj, la Pascua judía que recuerda la liberación del Egipto bíblico. Una tradición que constituye, además, una oportunidad de reflexionar: “Si no podemos escuchar al otro en su relato, nos resulta imposible comprender el profundo sentido histórico y contemporáneo de la libertad. En el párrafo ‘Ha Lajma Ania’ (‘el pan de la pobreza’) del libro ‘Hagadá’, se señala que Pesaj recrea el sentido de libertad, proponiendo que la base de cualquier liberación de la esclavitud es que nadie debe pasar hambre”, señala el rabino Daniel Goldman. “El Pesaj nos constituye como judíos. Cada año nuevas coyunturas resignifican sus valores, sus tensiones y nuestra identidad paradójica cobra nuevo impulso”, señala el filósofo Darío Sztajnszrajber. Desde formaciones radicalmente diferentes, ambos integran la dirección de la Universidad Libre de Estudios Judaicos (www.ulej.edu.ar), que ya inscribe para el primer semestre y se propone como un espacio para repensar lo judío, tal como de alguna manera propone Pesaj, pero en este caso a la luz de las diferentes perspectivas académicas e intelectuales. En ese marco, postulan “pensar lo judío argentino”.
–¿Por qué y para qué?
Darío Sztajnszrajber: –La dispersión del pueblo judío, en especial desde la modernidad, lo lleva a mixturarse con las distintas culturas y va conformando identidades novedosas. Pensar lo judío argentino es pensarnos a nosotros mismos, porque nuestra característica judía es inescindible de ser argentinos, dando una identidad completamente distinta a la que muchos otros judíos entienden desde cierta pureza. Frente a esos idearios, una identidad diaspórica, como la judeo argentina, es impura. En momentos en que muchos siguen planteando la idea de lo judío desde la pureza, entendemos la necesidad de pensar esa identidad, en una época en que un 50 por ciento de las familias son mixtas.
–Una realidad distante de la idea de que la comunidad judía mantiene aislamiento...
Daniel Goldman: –Hay que pensar la diferencia entre comunidad y colectivo. Habría que tomar las categorías de la multiculturalidad, relacionada con que siempre lo judío fue encontrando las formas acorde con los lugares donde iba viviendo. En la Argentina se transforma en una amalgama única. Es difícil decir qué aporta lo argentino a lo judío y a la inversa. Siempre recuerdo un cuadro de un hombre con su talit, el manto ritual, tomando mate. Esto también tuvo una fuerte impronta en la literatura, las artes y en el desarrollo del pensamiento. Ahad Ha’am (Asher Zvi Hirsch Ginsberg) dice que asimilarse no es malo, simplemente tenemos que entender cuáles son las categorías de asimilación, por competencia o por sometimiento. La última significa que no hay valores propios para compararlos con los de la sociedad y, por ende, se toman los de afuera. Por competencia implica que se comparan ambas cosas y resulta una nueva síntesis.
D.S.: –Ahí hay dos mitos que perviven al interior de la comunidad judía y que, obviamente, se reflejan hacia afuera. Uno es la asimilación: la idea de que es lo peor que le puede pasar al pueblo judío, sólo válida en un planteo de judaísmo cerrado. El otro es la continuidad, ¿de qué, a qué costo y de qué manera la estamos pensando? Por ejemplo, creo que el pueblo judío sobrevivió porque tuvo capacidad asimilatoria y no porque se encerró sobre sí mismo. A la idea de que el judaísmo debe continuar hay que darle contenido, qué valores, qué interpretaciones de lo judío deben continuar, para que no termine siendo una idea vacua.
–¿Cómo analizan el actual colectivo judío?
D.S.: –Según datos de un estudio sociodemográfico de 2004, el 61 por ciento de los judíos de la ciudad y del Gran Buenos Aires no está institucionalizado. Claramente son los más reacios a las definiciones normativas rígidas.
D.G.: –Es que la esencia de la institución es limitar, y no desean verse limitados.
D.S.: –Más aun cuando las limitaciones tienen que ver con la especificidad del ser judío. Las familias mixtas no encuentran en las instituciones un lugar para desarrollar su vida identitaria, entonces se abrieron nuevos formatos de vida judía. Es una de las variables que originó la ULEJ, porque encontramos jóvenes investigadores judeo argentinos haciendo investigaciones y tesis sobre cuestiones judías en la Argentina, pero en universidades públicas como las de La Plata, Rosario, Buenos Aires. Y si plantearan esas investigaciones en instituciones judías no tendrían lugar.
D.G.: –Porque posiblemente el resultado y el motivo de la investigación sería contrario al objeto de la institución judía, pondría en duda la razón de ser de esa institución. Pero en ese colectivo están los judíos más interesantes, escritores, artistas, académicos, intelectuales, los Spinoza que no fueron echados pero no se sintieron incorporados, con lógica, porque el nivel de mediocridad que muchas veces establece la institución no les permite un desarrollo mayor.
–En ese marco, ¿el camino de las instituciones es la flexibilización?
D.G.: –Ese es el debate que debemos dar, las instituciones tienen que debatir el tema porque si no, van a parar el tren de la historia, el devenir, y sería una lástima.
D.S.: –Coincido, pero como filósofo planteo hasta qué punto la nueva vida judía, más abierta y mixta, podría encajar con este tipo de instituciones; quizá lo propio sea una realidad posinstitucional, donde habría que reformular de un modo más radical el lugar de la institución judía tradicional. Por ejemplo, qué es un templo, un seminario rabínico.
–¿Por qué en la sociedad todavía predomina la imagen de una comunidad cerrada?
D.S.: –La ortodoxia ganó la dirección de la AMIA con 2.700 votos. Hay 270 mil judíos en la Argentina, pero los que están a cargo de la AMIA ofician como voz de la comunidad. Habría que preguntarse quién habla en nombre de quién. Esos números explican mucho. No es representativo.
–Eso es lo que recibe la sociedad...
D.S.: –Ahí está el conflicto, la AMIA no es la institución representativa de los judíos, es una mutual que brinda servicios a sus socios.
D.G.: –La categoría en que se coloca a la institución judía es lo más parecido a una asociación civil sin fines de lucro. Pero el concepto de lo que nosotros llamamos Kehila, “la casa de todos”, no es el de una asociación civil, donde se votan las autoridades. Es un concepto anárquico, en donde todos van construyendo y reconstruyéndose. El presidente es un concepto de la modernidad, cuando en realidad lo que debe valorarse es el conocimiento y no el juego político para llegar al poder. La tradición judía es diversal, no universal, no existe una sola voz, hay muchas y todas válidas, y nadie habla en nombre de...
–¿Por qué es tan difícil el entendimiento entre las comunidades?
D.S.: –Hay una tradición del pueblo judío de pensarse a sí mismo de modo cerrado, y una lectura más esencialista, con cláusulas de entrada y salida para quien es judío genuino y quien no. No niego esa lectura más cerrada, pero creo que todas las interpretaciones son válidas. No me parece bien que una de ellas monopolice al buen judío. El problema es que quienes se autopostulan como los buenos judíos, que cumplen con todas las normativas, hablan en nombre del judaísmo y los que tenemos lecturas divergentes somos excluidos del nombre. Ahí es donde la cosa también angustia. En el momento en que se ponen fronteras conceptuales o territoriales queda gente afuera. No hay un judaísmo único, hay judíos.
–Con el mismo criterio, ¿se puede decir que no hay un Occidente sino varios?
D.G.: –Totalmente. No hay categorías del haber sino del ser, más difíciles de definir. Entonces creemos que las del haber se pueden trasladar a las del ser y siempre se deja gente afuera. Al dejarla afuera, yo me estoy excluyendo y eso me resulta peligroso.
–Hablaron de las fronteras, quizás el origen de la discriminación que ¿es de ida y vuelta?
D.G.: –El prejuicio es una categoría establecida en la cultura del hombre, tenemos por delante superarlo y no es fácil, porque depende del discurso propio.
D.S.: –Tomo una idea de Alejandro Kaufman. A los judíos parece que se les exige un comportamiento diferencial, deben hacer cosas bien y mejor que los demás. Y ni hablar con respecto a Israel. Hay cuarenta países que generan diversidad de conflictos bélicos, pero la lupa se usa de manera diferente a cuando se mira cualquier otro país. Para no ser discriminados, los judíos deberíamos tener igualdad de derechos para ser los mejores y los peores. Poder ser tan hijos de puta como cualquiera, pero cuando se da, se generaliza en que “los judíos” son hijos de puta. Ahí hay una diferencia preocupante. Y al revés lo mismo. En la medida que los judíos creamos el famoso estigma, para mí negativo, del pueblo elegido, vamos a creer que somos más perseguidos y que tenemos más virtudes. El tema de la supremacía moral hay que disolverlo de afuera para adentro y a la inversa.
D.G.: –Una observación con respecto al pueblo elegido: es una mala traducción, pero hay una situación en la que cada uno ha sido elegido para algo. No es el elegido de, sino para. Es decir qué función va a cumplir. El cortocircuito se produce cuando se cree que se es el elegido de.
–Las preposiciones cambian también el sentido, de lo individual a lo colectivo...
D.G.: –Por supuesto, el sentido de la elección es que propone una misión, algo muy diferente a no tener responsabilidad alguna.
–¿El preconcepto del colectivo judío cerrado influyó en el no esclarecimiento de los atentados a la AMIA y la Embajada?
D.G.: –Es difícil de saber, creo que la situación en la Argentina es que la posibilidad de llegar a una clarificación tarda años. Recién ahora estamos llegando a un tipo de justicia en relación a los desaparecidos. Ese correr del tiempo hace que, por un lado, se diluya la memoria, y por el otro, se diluyan las pruebas. Es una característica que no se puede aplicar a la relación con lo judío. En la Argentina no tuvimos la capacidad de socializar el dolor. Los desaparecidos son patrimonio de las Madres, la AMIA de los judíos y el caso Carrasco de la madre del soldado. Falta pensar que la dimensión del dolor nos ocurre a todos, la discriminación a uno es a todos. El judío tiene que sentirse tan incómodo cuando discriminan a un boliviano como un entrerriano cuando discriminan a un judío. Un pensador, Avishai Margalit, dice en su libro La sociedad decente que son decentes aquellas sociedades que tratan con dignidad a los que viven dentro de ella.
D.S.: –Después del atentado, la identidad judeo argentina no es la misma. Hacia afuera se sintió que el atentado sucedió porque tenemos judíos en el país y que se podría resolver si todos se fueran. Y hacia adentro, las instituciones se llenaron de pilotes y seguridad intensiva, que por un lado busca una cobertura real, pero por otro agudiza el ghetto. Fue muy negativo. Lo que proponemos como judaísmo abierto cuesta mucho.
–Mencionó la diferente lupa que se usa con Israel, ¿cómo ven la situación?
D.S.: –Me duele muchísimo cualquier conflicto étnico que genera masacres, la única solución es la paz y no es unilateral. Los actores, desde su enfrentamiento, deben poder dialogar para resolver el conflicto, pero no hay vocación real de ninguna de las dos dirigencias. Parecería que es mejor, para los intereses hacia el interior de ambos gobiernos, sostener el conflicto. En el medio mueren personas.
D.G.: –Yo soy más optimista, creo que se va a llegar a un encuentro fraterno entre israelíes y palestinos. Las dirigencias no tienen capacidad de ver porque parten de una idea unívoca relacionada con el poder. Aunque resulte iluso, creo que una forma de destrabar esto es pedirles a los artistas que se encarguen del proceso de paz; tienen un lenguaje y una forma de entender al otro diferente al resto de los mortales y de los políticos. Experiencias como la de Barenboim con la orquesta, la de poetas y pintores, hacen mucho más que veinte declaraciones políticas. En los libros Correspondencia, Marcelo Brodsky dialoga con sus pares, como el mexicano Cássio Vasconcellos, a partir de fotografías. Un diálogo que todos entienden y que conmueve. Hay que conmover, mover con... Con eso se relaciona la experiencia de la paz.
http://www.elargentino.com/nota-83480-No-hay-un-judaismo-hay-judios.html