En los próximos días se estrena en Buenos Aires El alma inmoral, una obra de teatro basada en el ensayo del mismo nombre. Su autor, mi querido amigo, el brasileño Nilton Bonder, dice en su escrito cosas osadas. Sobre el cuerpo y el espíritu. Cuanto más desafiante, mejor le sale la escritura. En su mirada hay un modo de ver que permite discernir entre lo cierto que es errado y entre lo errado que es cierto, entre la obediencia que implica real irrespetuosidad y la desobediencia que representa el respeto más profundo. Son miradas del alma que con densidad resultan provocativas.
No tengo por qué compararlos pero me tiento. A Bonder con Posse. Sinceramente lo de Posse no me pareció para nada provocativo ni creo que haya sido un exceso de sinceridad. Lo de provocativo resulta ser una apócrifa licencia política, lejos de la poética, ya que no debe confundirse grosería con provocación intelectual. Posse sencillamente dijo simplezas de moralina, aduciendo la defensa del supuesto sentido común: la mano dura, la libertad de los que tienen, la seguridad de la inexpresión musical, el temor a los premios Gramsci y otras mediocridades de un vademécum que aduce una pretensión de pensamiento independiente, y que una vez más llevó a definir quién es quién, o sea donde se ubican las almas modosas y en qué sitio las traviesas. En este sentido, no tengo dudas de qué diría Bonder, de cuándo se debe elegir entre la moralina y el regocijo.
Este año casi terminamos intoxicados de moralina. Con un necesario desorden cronológico, a las decisiones de quién se debe casar con quién y cuáles son los amores prohibidos, se le añadió el pedido de las rubias de Barrio Parque a meter bala al sospechoso, y en la misma dimensión el directo espanto proporcional que les produjo que los morochos jujeños adquieran visibilidad organizándose en cooperativas. Al sometimiento lo denominan buenas costumbres y a la idea de redistribución, violencia. El terror a través de los medios logra imponer el modelo.
Menos mal que a veces aparecen almas transgresoras, amorales, las que Bonder, al igual que el profesor Heschel, llama subversivas. Y que no se asusten por la palabra los defensores de la paz de los cementerios, los ideólogos de la baja en la edad de la imputabilidad y los constructores de las penitenciarías. Porque son esas almas las que modifican los patrones de la moralidad existente y hacen que ciertos principios, aceptados por los supuestos todos, sean relativos. Hay instantes de la historia en donde algunos varones y mujeres, en un rapto de sensatez, comprenden y postulan que lo correcto y lo lícito sólo lo son en determinado contexto. Este 29 de diciembre (cuando se presentó el Acuerdo para la Seguridad Democrática) fue un día de ésos. Y qué bueno que nos haya dado un poco de oxígeno para festejar el fin de año de otra manera; para comenzar el bicentenario con otra perspectiva. En este sentido, algunos dirigentes políticos y sociales –como diría Borges– han tomado la extraña resolución de ser razonables y se permitieron percibir que lo que asigna el establishment como verdad moral, amenaza de manera contundente a la sociedad misma y a la vida.
La razonabilidad radica en la profunda comprensión de que en una sociedad democrática, la seguridad debe ser democrática, y que los debates alrededor de este tema tan importante no son de soluciones superficiales que acompañan a la maldad organizada, ya que las víctimas de la trivialidad de las políticas del supuesto endurecimiento contra el crimen son principalmente los jóvenes y los pobres excluidos. Menos mal que cada tanto a algunos les aflora el alma inmoral y lo ponen de manifiesto en instantes como el de ayer.
Este año que comienza vamos a necesitar abundantemente de ellos y de sus almas para superar la hipocresía, que se dice sincera, pero que desestabiliza la democracia, y mucho.