1. Presentación de algunos problemas
Para muchos retomar la temática de la mujer y su rol social actual, puede resultar pasado de moda y hasta innecesario. Justamente por estas razones, porque para algunos ya es una cuestión cerrada en Occidente, es decir, que Occidente ya ha aceptado la participación igualitaria de las mujeres, y porque es una cuestión de modas culturales, justamente por estas razones que para algunos volverían innnecesario un nuevo debate, basándome en estas mismas razones, quiero mostrar la urgencia de retomar la cuestión del “lugar que las mujeres tienen en la familia, la cultura y las instituciones judías”.
Es claro que la cultura avanza y retrocede por modas. Por moda me refiero en este contexto, que hay temáticas que adquieren actualidad ya sea porque los medios se ocupan de ellas, ya sea porque aparecen grupos y organizaciones cuyo fin es militar por ciertos derechos minoniritarios, ya sea porque se alcanzan conocimientos que modifican los criterios vigentes, ya sea porque se manifiestan circunstancias y síntomas que afectan a sectores poblacionales, por ejemplo la violencia de género o la trata de mujeres.
El hechos que sectores religiosos y políticos se hayan expresado últimamente respecto del matrimonio gay, verifica que las leyes reflejan los cambios culturales que se presentan y que al ser difundidos se convierten en una “ola de moda cultural”. Si la cultura gay es hoy primera plana, es porque innumerables vivencias y luchas particulares se esconden tras las noticias.
Así como hoy la cultura gay está de moda, no hace mucho los temas de la mujer y lo femenino eran figuras privilegiadas en los medios, en la academia y en el derecho.
La decisión jurídica que aloja la partcipación por cupo de las mujeres en los roles institucionales, sigue sin reflejar la realidad de una equidad aún lejana. Más bien sirve al hecho de que por lo menos en Occidente, algunas cuestiones “parecen” haberse incorporado a la moral, las buenas costumbres y los hábitos institucionales. Sin embargo, el tema del lugar de la mujer no se ha resuelto, sino que se ha nuevamente desvirtuado.
Si bien es cierto que se respeta el cupo del 30% de inclusión de las muejes en los cargos públicos, no por ello esto adquiere consistencia y veracidad y mucho menos realidad en todas las instituciones. Tras este cupo aún subsisten distintos rangos de discriminación y de pautas morales provenientes en su mayor medida de los conceptos religiosos más arraigados. Muchos prejuicios se sostienen en dichos conceptos morales, por ejemplo que la familia y los hijos sufren o padecen del trabajo de la mujer, o que el ámbito más favorable para la salud física y mental de las mujeres es el hogar. Este último criterio, que el ámbito “natural y normal” de las mujeres es “el hogar y el cuidado de los hijos” subsiste dentro de las religiones monoteístas y se convierte en opresión dentro de las culturas fundamentalistas.
Esta idea se sostiene en concepciones de lo natural y lo normal, como si éstos no dependiecen de enormes construcciones ideológicas. Bien sabemos que lo considerado “natural” y lo “normal” responde a privilegios sectoriales, a construcciones míticas y religiosas basadas en las creencias, a leyes heredadas sin transformación adecuada a las exigencias epocales y a sistemas filosóficos que nutrieron a las religiones y al Derecho.
Por otra parte, sabemos por motivos históricos, que cuando la política generaliza lo normal y lo natural, se accede rápidamente a la tiranía, al fanatismo y a la xenofobia. El nazismo actuó realimentando la naturaleza pura de los arios, por ejemplo.
Entonces, hay demostraciones históricas por las cuales hoy conocemos que la temática del rol de las muejres es central en las cuestiones del poder y el dominio.
Para que los hombres sientan la urgencia de reivindicar la patria, primero se les insufla de un arcaico sentimiento de dominio del cuerpo y del alma de sus mujeres. La castidad pasa a primer plano pues en la psicología del guerrero, esta lucha equilibra la tensión de la guerra. Las culturas extremistas de nuestros días, las cuales reivindican la opresión de las mujeres, a la vez reivindican la guerra santa.
Por esta razón, es que considero que sigue vigente un debate sobre el lugar de la mujer y del por qué la opresión de éstas sirve a los fines autoritarios y radicalizados.
Hoy la inlcusión de lo femenino desestimado en la cultura, se hace por vía del auge de la cultura “homo”. A su vez al incrementarse lo “homo” en la cultura también crece el machismo con el avance de las ortodoxias, dándose un fenómeno reactivo: por un lado el incremento cultural de lo “homo”, es decir, la cultura que alberga lo “femenino” y lo “viril” dentro de una reivindicación sexual que privilegia nuevos estereotipos sobre la igualdad, y, por otro, el incremento de las morales tradicionales que como en el Islamismo radicalizado, reinvindican la opresión, la sumisión y el encierro de las mujeres.
La inflexibilidad para incorporar las diferencias sexuales aún cuando se sostenga que esas diferencias ya están incorporadas y hasta tramitadas con equidad, es una de las maneras arbitrarias de dominio.
El tema de la inclusión de las mujeres es un tema religioso, político y social. Las religiones monoteístas, más afectadas por la modernidad, tienen que reforzar sus convicciones para contrarestar la cultura secular y antidiscriminatoria que no cree en lo natural y lo normal.
2. ¿Qué ocurre en el seno de las instituciones centrales comunitarias?
Considero que en este punto hay que distinguir cuestiones históricas y cuestiones actuales.
Históricamente las instituciones judías se conformaron por el ímpetu creativo y trabajador y hasta esforzado de los voluntarios hombres. Pero estos mismos hombres respondían a convicciones muy arraigadas religiosas y tradicionales por las cuales la mujer no podía dirigir, sino sólo acompañar.
Si el hombre activaba, la mujer a lo sumo podía dedicarse a la beneficencia. Desde esta perspectiva, fueron creadas las ramas femeninas. Las mujeres aceptaron gustosas tal oferta ya que representaba una oportunidad para salir del hogar como límite de su accionar. Psicológicamente debemos tener en consideración, que la opresión está, las más de las veces, arraigada primero en el oprimido.
¿Cúal es el panorama hoy? Continuamos teniendo escasa participación de las muejres en las isntituciones centrales hasta el hecho risueño pero eloecuente de que no hubieron dirigentes comunitarias que ocupasen cargos importantes y de “decisión” colectiva. Más bien en los cargos ocupados por algunas, éstas estuvieron lejos de los niveles de “voz y voto”.
¿Es esto casual? No. Es producto de la educación y la tradición y hoy podemos decir de la preeminencia institucional de la ortodoxia.
Aunque aún esté lejos la posibilidad de que mujeres destacadas ocupen cargos directivos en AMIA, DAIA y OSA, por ejemplo, es nuestra tarea difundir y debatir si esto debe seguir así o tenemos que aunar esfuerzos para revertirlo.
En una sociedad en la cual las mujeres se han educado, ¿Por qué se insiste en “capacitarlas” para nada? Esto es lo que ocurre cuando desde las instituciones centrales se les asigna una cuota de participación sin voz ni voto.
Pareciera que la sociedad productiva, en la cual la mujer ocupa un lugar destacado, ha quedado fuera de la sociedad institucional judía dirigida por hombres y para hombres.
¿Cuántas mujeres activan en la dirigencia de AMIA y DAIA? ¿Alguno de sus dirigentes ha consultado algún tema con exponentes o especialistas mujeres y han elevado dicha consulta a nivel oficial?
Lo que está sucediendo es lo contrario. Las muejers trabajan como empleadas en los distintos organismos, pero a la hora de las resoluciones políticas se las deja de escuchar.
Si bien el factor religioso es importante, no es el único. Sumo al mismo la incapacidad de los dirigentes laicos de proponer listas participativas.
No es que las mujeres se desentienden de los problemas comunitarios, sino que estamos cansadas de aportar anónimamente.
El dicho que alega que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” debería desmentirse por el afán discriminatorio que sustenta.
En todo caso, para tener “grandeza comunitaria”, tenemos que hacer un esfuerzo mancomunado entre hombres y mujeres judíos, para no seguir perdiendo de nuestras filas institucionales pero sobre todo de nuestro judaísmo, a todos aquellos que desean una continuidad lo más libre posible de prejuicios.