Crónicas del Medio Oriente: Israel con ojos argentinos. El más largo viaje de Tanya Rosenblit

Posteado el Lun, 26/12/2011 - 18:07
Autor
Julián Blejmar
Fuente
Desde Tel Aviv para Plural JAI

 

TEL AVIV - Hasta aquella mañana del viernes 16 de diciembre, en la que esperaba el autobús 451 de la empresa Egged que la trasladaría de Ashdod a Jerusalém, la vida de Tanya Rosenblit, de 28 años, era como la de millones de jóvenes israelíes. Pocas horas más tarde, sería el centro de un gran debate nacional, y su nombre y fotografías aparecerían en todos los medios israelíes, así como en otros miles alrededor del mundo.

La acción que la llevó a su inesperada fama, hubiera pasado prácticamente desapercibida en cualquier país occidental: negarse a moverse de lugar en un transporte público. Pero no en algunos lugares de Israel, donde desde hace años la comunidad ortodoxa está ejerciendo una fuerte presión por imponer sus reglas, incluso por sobre la ley Israelí.

Según afirmaría más tarde la propia Rosenblit, ella era consciente del riesgo de abordar un autobús habitualmente utilizado solo por ortodoxos, o como se los da en llamar aquí, transportes “super-kosher” o “Mehadrin”. Sin embargo, terminó concluyendo que "estamos en 2011 y no hay ninguna razón para que esto sea un problema".

Y así fue a poco de entrar. Pero en la primer parada, uno de los hombres que lo abordó, le solicitó que se trasladará al fondo del vehículo, a lo que le siguieron diversas descalificaciones por su oposición. Su negativa, que no pocos periodistas compararon con la de Rosa Parks, -aquella joven negra de Alabama que en 1955 se negó a acatar la reglamentación de ceder el asiento a los blancos, desatando así una movilización que acabó con las layes de discriminación racial-, no fue solo ante el ortodoxo, sino también ante el oficial de policía que arribó al autobús luego de que por media hora el religioso tuviese la puerta abierta impendiendo partir al vehículo. Según Rosenblit, el oficial le pidió de buena forma que se dirigiese hacia el fondo para descomprimir la situación, pero ante su nueva negativa, el ortodoxo no tuvo más remedio que bajarse y el ómnibus siguió su recorrido.

El columnista del diario Haaretz, Josh Mintz, resaltó la valiente actitud de Rosenblit, pero afirmó que la misma se convertiría rápidamente en anecdótica si la sociedad laica israelí no acompañará su reclamo. “Como una sociedad real y moderna, tenemos que tomar esto como una llamada a las armas, el grito de guerra para aplastar esta práctica ridícula allí donde se encuentre”, metaforizó.

El caso específico del transporte público, es un buen termómetro de este intento de avanzada ortodoxa, y de las profundas disputas que gracias Rosenblit volvieron a salir a la luz.

A fines de 1996, una compañía de transporte de la ciudad religiosa de Bnei Brak, cercana a Tel Aviv,  comenzó a ofrecer un servicio en el que se separaban a las mujeres de los hombres, bajo el argumento ortodoxo de que las damas "favorecen la morbosidad". A partir de ese momento, la compañía oficial de autobuses Egged multiplicó por todos los barrios religiosos sus servicios “Mehadrin”, que en la actualidad llegan a un centenar, en los que si bien no está reglamentado ni es obligatorio, se suele dividir a los pasajeros según su sexo.

Esta situación provocó que algunas mujeres que usaban estos transportes y se negaban a aceptar la separación, fueran objeto de diversas agresiones, lo que promovió que en 2007 el Centro de Acción Religiosa del Movimiento Reformista realizará ante la Corte Suprema una presentación para prohibir la segregación. En coincidencia con lo que había dispuesto el Ministerio de Transportes a fines de 2009, la Corte falló a principios de este año en contra de la discriminación en los autobuses israelíes, y si bien dictaminó que no era ilegal la existencia de servicios de transporte público con espacios diferenciados entre hombres y mujeres, señaló que esta separación debía hacerse de modo voluntario, e incluso que los servicios "Mehadrín" debían portar un cartel que aclarase que los pasajeros pueden ubicarse donde lo deseen.

"Un operador de transporte público, al igual que cualquier otra persona, no tiene el derecho de ordenar, pedir o decir a las mujeres, donde pueden sentarse simplemente porque son mujeres", señaló el juez de la Corte Suprema Elyakim Rubinstein, agregando que "Tienen que sentarse donde quieran".

Pero esta sentencia, parece guardar muy poca correlación con lo que efectivamente sucedió durante el año, incluso frente a la proclamación de la ley. El vocero de la empresa Egged, Ron Ratner, que condenó el incidente, señaló días atrás que este tipo de altercados venían incluso incrementándose.

Así, son pocos los que se animan a pronosticar cual será el final de este nuevo capítulo que parece haber abierto Tanya Rosenblit, -quien ya ha mantenido una reunión con miembros de la oposición en la Knesset, el parlamento israelí-, en un país inmerso en una dura lucha interna entre el pasado y la modernidad.

 


Una sociedad fracturada en dos

"Israel debe proteger sus espacios públicos y mantenerlos abiertos y seguros para todos los ciudadanos" señaló días atrás el primer ministro Benjamín Netanyahu, quien manifestó además su condena al intento de obligar a Rosenblit a sentarse en la parte trasera del autobús.

Sus declaraciones, sin embargo, contrastan con las medidas tomadas por su gobierno, que llegó al poder gracias al poyo de los sectores religiosos y de extrema derecha. Sucede que existe una confluencia de intereses entre los sectores ultranacionalistas y el sector ortodoxo, ya que ambos enfrentar a un mismo oponente, el tradicional sector liberal que creó y gobernó al país desde sus inicios, y que tiene una fuerte presencia no solo en el gobierno sino también en el mundo intelectual, las universidades, y los medios de comunicación.

Así, durante los últimos meses, la coalición de gobierno compuesta en su mayor parte por el partido de derecha Likud, de Netanyahu, y el de extrema derecha Israel Beitenu, del canciller Avigdor Lieberman, han logrado llevar adelante una serie de medidas  que para muchos analistas está convirtiendo a Israel en un país más cercano a muchas de las teocracias de sus vecinos árabes que a las democracias liberales de gran parte de occidente. Entre estas iniciativas, se cuentan los proyectos de exigir a inmigrantes no judíos jurar lealtad al Estado, bloquear el financiamiento de ONGs israelíes que apoyan la causa palestina, o brindar un marco legal que facilite las demandas contra periodistas.
Este avancé contra el Estado democrático liberal refleja en rigor lo que sucede al interior de la sociedad israelí, fracturada en dos por su visión sobre el Estado de Israel. Según una encuesta realizada a una muestra de 800 israelíes mayores de edad por el Instituto Smith para la asociación "Libertad religiosa e igualdad" y difundida por el diario Yediot Aharonot a fines de septiembre pasado, las "tensiones entre laicos y religiosos", fue elegida como la principal problemática social que aqueja a Israel, con el 37% de los votos, por encima de las existentes “entre la derecha y la izquierda" (33%), "entre ricos y pobres" (14%), "entre ashkenazíes (judíos de origen europeo) y sefaradiés (de origen español, africano y árabe)" (4%), y "entre israelíes nativos e inmigrantes judíos" (2%).
Asimismo, el 56% de los israelíes creen que es necesario separar Estado de la religión, mientras que el 44% restante se opone a esta posibilidad. Según la encuesta, el 80% de los israelíes que se definía "laico" apoyaba la separación, mientras que oponía un 87% de los definidos como "religiosos".

Esta división, casi en partes iguales, se observa de la misma forma en diferentes aspectos sociales, aunque todavía con una leve inclinación para el sector liberal: el 62% de los israelíes apoya los matrimonios civiles (En Israel solo existe el religioso), el 52% los matrimonios entre homosexuales (que tampoco existen) y el 62 % el transporte público en el Shabat (sábado) que en la actualidad solo se presta de forma limitada en pocas ciudades.

Julián Blejmar
 

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