TEL AVIV - Posiblemente, el simple hecho de crear y desarrollar este país, haya significado para los israelíes la sensación de ser partícipes de una película, -romántica, cómica, dramática, bélica, trágica, cuando no de ciencia ficción-, reduciéndoles así su interés por el cine. Y es que si bien Israel había obtenido algunos logros dispersos en materia cinematográfica, no solo el mundo sino también sus propios ciudadanos habían elegido darle la espalda a su cine, durante la mayor parte de la historia de este país.
Pero aun cuando muchos de estos géneros fílmicos se mantienen en la vida cotidiana del ciudadano promedio, desde hace unos años a este parte el cine israelí asombra al mundo por su calidad, tal como lo prueban las decenas de películas nominadas y premiadas durante el último tiempo en los principales festivales internacionales.
Películas como “Adamá Meshugat”, “Beaufort”, “Waltz im Bashir”, “Meduzot”, “Bikur Ha-Tizmoret”, “Ajami”, “Footnote” y “Etz Limon” entre otras, recibieron diferentes premios en los festivales de Cannes, Toronto, Berlín, Sundance y Los Ángeles. Pero sin dudas, los máximos reconocimientos estuvieron del lado de las nominaciones antes que de las distinciones, pues cuatro films israelíes estuvieron presentes en las últimas cinco ternas para la elección de mejor película extranjera de los premios Oscar.
Se trata de “Beaufort”, que narra la sombría realidad de los soldados apostados en ese fuerte del Líbano, nominada para la entrega de los premios Oscar de 2007, “Waltz im Bashir”, film de animación que exhibe los crudos recuerdos de su director durante la guerra del Líbano de 1982, ternado en 2009, “Ajami”, que se centra en la difícil convivencia entre árabes, judíos y cristianos en el barrio de clase baja del mismo nombre en Yaffo, que concursó en la del 2010, y Footnote, que versa sobre la competencia entre un padre y su hijo, ambos profesores de Talmud, la cual estuvo entre las nominadas de este año. Aun cuando ninguna de ellas se alzó con la preciada estatuilla, sus nominaciones permitieron que el cine israelí recorra las pantallas de todo el mundo, lo que según los analistas tuvo un aditamento extra, por tratarse de un cine con presupuestos públicos sensiblemente inferiores al de la mayor parte de los países occidentales.
Amy Kronish, especialista en cine israelí y docente de la Cinemateca de Jerusalén, señala como motivos de este auge el apoyo del gobierno en la financiación, junto al crecimiento de la televisión comercial, todo lo cual, afirma, ha producido un salto cualitativo tanto en la cantidad como en la calidad del cine israelí. Asimismo, da cuenta de su profundo cambio de temáticas, al tornar argumentos que eran primordiales políticos e ideológicos por otros más complejos, personales y humanistas, así como problemas sociales como la discriminación a la mujer, la homosexualidad, o la minoría árabe-palestina, entre otros, en muchos casos con un marcado tono autocrítico. Según Kornish, estos últimos films son todavía singularmente israelíes, pero también dirigidos a una audiencia internacional.
El tono autocrítico al que refiere Kronish, es uno de los puntos más polémicos en relación a estas películas, al punto de que muchos israelíes prefieren incluso que las mismas no sean premiadas y en consecuencia difundidas por el mundo. Para el diplomático israelí Yiftah Curiel, sin embargo, la profunda autocrítica presente en las películas israelíes es parte de "una política de cultura sin censura", al tiempo que agrega, en declaraciones a la agencia EFE, que "estamos muy orgullosos de que en Israel la cultura siempre esté primero y nos permita enfrentar los dilemas internos que tenemos, que son muchos. El día que haya películas similares en los países árabes vamos a tener una oportunidad para dialogar mejor".
Pero para llegar a esta calidad y profundidad en las temáticas, el cine israelí debió recorrer un largo camino. Sucede que desde los tiempos de los pioneros Baruj Agadati o Iaacov Ben Dov, quienes produjeron obras cinematográficas más de una década antes de la aparición del Estado, el cine israelí estuvo financiado en gran medida por la Agencia Judía y el Keren Kayemet LeIsrael (Fondo Nacional), enfocándose a la propaganda sionista y a los noticieros, un aspecto que recién se modificaría a partir de la década del sesenta, cuando a raíz de la influencia de la “Nouvelle vague” francesa y del cine europeo en general, los directores Menahem Golan, Efraín Kishon, y Uri Zohar realizarían un cine de alto nivel, que le valió a Israel diversas nominaciones a los premios Oscar. Aquí se cuentan Salla Shabati de Efraín Kishon, nominada en 1964, Hashoter Azulai, del mismo autor, en 1971, Aní Ohev Otaj, de Moshe Mizrahi en 1972, Habait Berejov Shalosh, del mismo director en 1973, y Mivtza Ionatan de Menahem Golan en 1977.
Sin embargo, tal como lo señala a la Agencia EFE la directora del departamento de Estudios Culturales y Cinematográficos de la Universidad de Haifa, Yvonne Kozlovsky, “Había cine de calidad israelí, pero no era israelí”, en el sentido de que era imposible distinguir su procedencia, más allá del idioma. De hecho, el cine con marca israelí, era a manudo destrozado por la crítica. Se trataba del genero “Burekas”, denominado así en alusión al mundialmente famoso "Spaghetti western". En estos films, se mezclaban la comedia y el drama, presentando personajes estereotipados entre los “olim jadashim” (inmigrantes judíos a Israel) que procedían de Marruecos, Irán, o Polonia, y en donde se sucedían conflictos a causa de sus diferentes culturas, -ashkenazí y sefaradí-, así como su dificultad con el idioma hebreo. Definidas como vulgares y huecas, estas películas gozaron de un enorme éxito en taquilla, siendo una de las razones por las que, según estadísticas oficiales, para los años sesenta casi del 90% de los israelíes concurrían al cine.
Sin embargo, para fines de esa década, el cine de esta país comenzaría una profunda decadencia, que tendría su pico en 1998, cuando solo el 0.3 % de los israelíes asistiría a ver un film de su país.
El renacimiento, o como señalan algunos críticos, el nacimiento del cine israelí propiamente dicho, sería a partir del año 2000 cuando la Knesset, el Parlamento, aprobaría la primera Ley del Cine, confiriendo un presupuesto de 10 millones de dólares anuales para fomentar su producción. Este impulso gubernamental, sumado a al auge de la televisión comercial, las coproducciones europeas y las carreras universitarias, rendiría sus frutos al poco tiempo, cuando se producirían unas veinte películas anuales, muchas de ellas, como se señaló, nominadas y premiadas internacionalmente. Un cine que logró sintonizar, finalmente, con la realidad de este país, una realidad de película.