El 18-J del año pasado hacía frío y llovía. Pero uno quería estar ahí, como todos los años.
A poco de empezar a hablar uno de los familiares, me sentí fastidiado y decidí que lo mío había terminado. Más tarde – supe- el discurso generó un escándalo, pero yo no llegué a escucharlo completo. Lo que me rebeló fue el tono entre didáctico y admonitorio con el que el familiar se autoerigía en autoridad suprema apoyándose en SU víctima.
Unos meses antes, en Filosofía y Letras, se había organizado una mesa redonda sobre el caso AMIA, con la participación de otra familiar que conduce, a su vez, otra agrupación, miembros del PO y un profesor de la casa. La preocupación de la mesa era la persecución imperialista a Irán…
Haber perdido a un ser querido en un acto violento es, sin duda, terrible. Pero ¿otorga algún tipo de inmunidad? ¿Acaso son las víctimas y sus allegados los dueños exclusivos del reclamo? Merecen respeto, cuidado y respuestas. Han experimentado en carne propia o cercana lo que otros no. Pero sería peligroso confundir su dolor con autoridad, tal como lo ha sido transformar la legitimidad del reclamo del Ing. Blumberg en supuesta capacidad para redactar modificaciones al código penal.
El atentado no fue ejecutado contra sus víctimas específicas; pretendía golpear en el vientre blando del mundo judío para mostrar que si Israel es un hueso duro de roer, quedan objetivos alternativos. El dolor por el pasado debe servir para no olvidar. A las víctimas, desde ya, pero no sólo a ellas…