Usar el término "antisemitismo" para describir los sentimientos anti-judíos en la antigüedad es anacrónico, ya que la palabra "antisemitismo" recién fue inventada en 1880. Su autor, el periodista alemán Wilhelm Marr, estaba tan orgulloso de su creación que procedió a fundar ese mismo año "La Liga de los Antisemitas", la primera organización alemana dedicada a combatir "la amenaza cultural" de los judíos y a promover su expulsión del país.
Aunque el término "antisemitismo" tiene sólo 130 años, los prejuicios, odios, y obsesiones contra los judíos se remontan a miles de años atrás, y continúan en existencia hasta el día de hoy. (Debido al genocidio de los judíos a manos de Hitler y de los nazis, la palabra "antisemita" ha perdido mucho del prestigio y la popularidad que gozaba en Europa y Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial. Hoy día está siendo reemplazada por un nuevo término, "anti-sionismo").
La Iglesia Cristiana institucionalizó el odio a los judíos, (a partir del año 380 cuando el emperador Teodosio declaró al Cristianismo Católico religión oficial del imperio), pero el antisemitismo ya existía desde muchos siglos antes.
El libro bíblico de Esther, cuya acción transcurre en el siglo 5 A.E.C. durante el reinado del rey Assuero, (generalmente identificado por los historiadores con el rey Jerjes I de Persia), es la historia de un frustrado intento de genocidio. El Primer Ministro Hamán, obsesionado por su odio contra los judíos, solicita al rey que le permita exterminarlos. Usando palabras y argumentos que no han pasado de moda en 2,500 años, le dijo: "Hay un cierto pueblo diseminado y disperso entre los pueblos de todas las provincias del reino, cuyas leyes y costumbres son diferentes de las de todos los demás. No obedecen las leyes del reino, y a Su Majestad no le conviene tolerarlos. Si le parece bien, emita Su Majestad un decreto para exterminarlos." Añadió un argumento que el rey no pudo rechazar: "¡Y yo depositaré treinta mil kilos de plata en el Tesoro Real!". (Esther 3:8-9).
Uno de los más famosos y furibundos antisemitas de la antigüedad fue Apión, un egipcio que vivía en Alejandría, (el Nueva York de la época, donde residía una numerosa población judía), hace dos mil años, en la primera mitad del siglo I E.C. Este caballero, un intelectual con pretensiones de cultura, adquirió justificada fama de charlatán superficial. Para ganar popularidad fomentó la discordia entre los judíos de la ciudad (que se oponían al decreto del emperador Calígula de ser adorado como un dios) y los no judíos. Consiguió ser nombrado jefe de la delegación anti-judía que fue a Roma a acusar a los judíos de falta de lealtad.
Escribió un libro sobre la historia de Egipto, donde copió ataques que otros habían escrito anteriormente contra los judíos, los amplió, los exageró, y añadió sus propias calumnias.
Según Apión, (basándose en los escritos de Manetho, otro antisemita) los hebreos que salieron de Egipto con Moisés fueron una sarta de leprosos, ciegos e inválidos, cuyo dios era el sol. Explicó que los judíos guardan el sábado debido a que los 100,000 leprosos expulsados de Egipto viajaron durante seis días, hasta enfermarse de forúnculos, y tuvieron que descansar el sétimo día, impedidos de caminar por su mala salud. Como en el idioma egipcio llamaban sabbo a los forúnculos, los leprosos denominaron Shabat al día cuando estuvieron forzados a descansar.
Apión niega a los judíos el derecho de considerarse ciudadanos de Alejandría, los condena por no adorar a los dioses egipcios y no rendir homenaje a las imágenes de los emperadores romanos, y los acusa de odiar a todos los otros pueblos, y conspirar contra ellos.
Respecto a la religión judía, Apión dice que la divinidad judía, guardada en el Santo Santuario del Templo, era la cabeza de un asno, hecha de oro. Su peor calumnia, que hasta ahora persiste, fue acusar a los judíos de utilizar la sangre humana en sus ritos religiosos. Según él, todos los años los judíos secuestraban a un no judío, lo encerraban, lo engordaban a la fuerza, y luego lo sacrificaban.
Ridiculizó la circuncisión y la abstención de comer carne de cerdo. Expresó su convicción de que los judíos, debido a su incapacidad guerrera y administrativa, habían sido conquistados por los romanos, cuya magnanimidad los judíos no sabían apreciar. Nunca, según Apión, el pueblo judío había producido sabios ni genios.
Resumiendo, Apión consideró a los judíos seres inferiores, manifestó dudas acerca de su patriotismo y de su lealtad, e inventó calumnias y libelos acerca de la religión judía. Si los antisemitas de hoy quisieran elegir a un santo patrón, Apión sería un candidato de primera fuerza
No hay opinión expresada por Apión hace 2,000 años que no sea compartida por los antisemitas de hoy. Como dicen los franceses, plus ca change, plus c'est la meme chose, "mientras más cambia, más es lo mismo".
Nota.- Su contemporáneo, el historiador judío Josefo Flavio, en su tratado "Contra Apión", lo refutó por completo, punto por punto, con fina ironía, humor y sarcasmo. Lo que Josefo escribió de Apión se aplica a todos los antisemitas de ayer y de hoy: Si este hombre, conociendo los hechos, tiene la imprudencia de contradecirlos, demuestra ser un malvado, y, si no conoce los hechos, se revela como un ignorante.