Hace 2.175 años, en tiempos de los auténticos macabeos, el Dios de Israel luchaba de su lado a favor de la independencia judía, la autodeterminación, la identidad nacional, la libertad de cultos y en contra de la cultura helénica impuesta por la espada.
Lo que estaba en juego en aquella época era nada menos que un contrato social basado en el amarás al prójimo como a tí mismo y en una sociedad en el cual hay juicio y hay juez.
Después de 2000 años de persecuciones, expulsiones, pogroms y Holocausto, otra clase de macabeos llegó hasta un Estado de Israel libre e independiente para inagurar un nuevo templo en el que un consejo de rabinos es superior a un grupo soldadas que cantan; un santuario segregacionista al cual las mujeres deben ingresar por la puerta trasera.
Estos nuevos macabeos han lanzado un ataque frontal contra las minorías, los derechos individuales y humanos.
Los nuevos macabeos asedian al Ejército, a la Policía, a la Corte Suprema, a los medios de comunicación libres, a las organizaciones de derechos humanos y a la sociedad abierta.
Los nuevos macabeos, en manos de rabinos ultranacionalistas-mesiánicos y defensores de la superioridad de su grupo, combinan una devoción fervorosa a la Tierra de Israel con el desprecio a sus ciudadanos y a las autoridades legítimas que los representan.
Los nuevos macabeos han declarado una nueva guerra cultural, sin cuartel y en diferentes frentes, contra el carácter mismo del Estado.
Los nuevos macabeos promueven el aumento de la xenofobia contra cualquier minoría, el odio a los laicos, la opresión de las mujeres, el desprecio a los extranjeros, la subestimación a las autoridades legítimas y amenazan con convertirnos en un Israel siniestro.
Los nuevos macabeos prohiben vender o alquilar viviendas a la población árabe, separan a las niñas sefaradíes de las ashkenasíes - y a ambas de las etíopes - en las escuelas, obligan a las mujeres a sentarse en los asientos traseros de los autobuses, "decapitan" a las jóvenes en los carteles publicitarios de los núcleos urbanos, conquistan ciudades y poblaciones imponiendo sus costumbres a los habitantes veteranos, incendian mezquitas, destruyen olivares, se apropian de terrenos privados, erigen asentamientos ilegales, desacatan las leyes, atacan bases del mismo ejército que los protegé y agreden a sus oficiales.
Lo que los fundamentalistas islámicos generaron en Irán, Afganistán y Arabia Saudita, entre otros, los nuevos macabeos pretenden hacerlo en el Estado judío. La modernidad israelí se va derrumbando de a poco. Los nuevos macabeos están aquí; un nuevo Dios y una nueva columna de fuego les iluminan el camino hacia el oscurantismo.
Los nuevos macabeos acentúan decididamente nuestro aislamiento en la comunidad internacional; levantan cada vez más obstáculos, barreras, vallas y cercas; aprueban leyes antidemocráticas y neofascistas; socavan la igualdad de género y las libertades personales; interfieren directamente en el ámbito de la educación, la cultura y las artes para adaptarlas a sus concepciones.
Uno de esos nuevos macabeos asesinó por la espalda a un primer ministro de Israel, elegido por la mayoría del pueblo, sólo porque pensaba diferente.
Los nuevos macabeos gozan de una impunidad de facto. Aunque parezca mentira, el mismo Estado los mantiene, les da armas, no los arresta; y si en alguna ocasión lo hace, los castigos son insignificantes.
Todos sabemos dónde están las raíces de este siniestro fenómeno: en la incitación de rabinos fanáticos, en los gobiernos de coalición que miran para otro lado, en la indulgencia de varios jueces y en la impotencia de los servicios de seguridad que permanecen con las manos atadas.
Ante el objetivo de ser un Estado judío, democrático e ilustrado, los nuevos macabeos marchan a una velocidad aterradora - y con ellos, nosotros - hacia un Israel ignorante, racista, ultranacionalista y fundamentalista. Ese no era el anhelo sionista que, a diferencia de los nuevos macabeos, no creía en milagros.
Quienes digan que los nuevos macabeos son cuatro gatos locos o apenas unas pocas "malas hierbas", y que su accionar no es más que una exageración, están tratando de adormecernos. El árbol no deja ver el bosque, y el bosque es oscuro y profundo. Los nuevos macabeos hace tiempo que cruzaron todas las líneas rojas.
Si no nos despertamos a tiempo, si no agarramos al toro por las astas, en unos pocos años más nos encontraremos con un Israel distinto. Esta batalla es tan crucial en la historia del Estado como la misma Guerra de Liberación.
Estamos en Janucá. Llegó la hora de que volvamos a ser los verdaderos macabeos.
¡Jag Urim Sameaj!
Fuente: www.israelenlinea.com