“Si lo queréis, no será una leyenda”
Según el calendario hebreo, esta semana se cumple el 151 aniversario del nacimiento de Biniamín Zeev Herzl, padre del sionismo moderno.
Teodoro (Biniamín Zeev) nació en Budapest en 1860. Fue educado en el espíritu del Iluminismo germano-judío de la época, aprendiendo a valorar la cultura secular. En 1878 su familia se trasladó a Viena y en 1884 Herzl obtuvo su doctorado en Derecho de la Universidad de Viena. Se convirtió en escritor, dramaturgo y periodista. Herzl fue el corresponsal en París del influyente periódico liberal vienés Neue Freie Presse.
Herzl tropezó por primera vez con el antisemitismo, que transformaría su vida y el destino de los judíos en el siglo XX mientras estudiaba en la Universidad de Viena (1882). Más tarde, durante su estadía en París como periodista, se enfrentó directamente con el problema. En aquel entonces Herzl consideraba al problema judío como una cuestión de carácter social y escribió un drama, “El Gueto” (1894), en el que la asimilación y la conversión eran rechazadas como soluciones. Herzl esperaba que su obra condujera a una polémica y finalmente a una solución, que se basara en la tolerancia y el respeto mutuos entre cristianos y judíos.
En 1894, el capitán Alfred Dreyfus, un oficial judío del ejército francés, fue acusado injustamente de traición, principalmente debido a la atmósfera antisemita reinante. Herzl estuvo presente cuando el populacho gritaba “Muerte a los judíos” y llegó a la conclusión que existía una sola solución a este ataque antisemita: la emigración masiva de los judíos hacia un país al que pudieran llamar propio. Así, el Caso Dreyfus pasó a ser uno de los factores determinantes en la génesis del sionismo político.
Herzl llegó a la conclusión de que el antisemitismo era un factor estable e inmutable en la sociedad humana, y que la asimilación no sería la solución. Consideró la idea de llegar a una soberanía judía y, a pesar del ridículo al que sería sometido por líderes judíos, publicó en 1896 “Der Judenstaat” (El Estado Judío).
Herzl planteó que la esencia del problema judío no era algo individual sino algo de carácter nacional. Declaró que los judíos lograrían la aceptación del mundo solamente si dejaban de ser una anomalía nacional. Los judíos son un pueblo, dijo, y su condición puede ser transformada en una fuerza positiva por medio del establecimiento de un Estado judío con el consentimiento de las grandes potencias. Él vio la cuestión judía como un problema de política internacional, que debía ser tratado en la arena de la política internacional.
Herzl propuso un programa práctico para la recolección de fondos de los judíos de todo el mundo por medio de una organización que trabajaría hacia la realización práctica de esta meta (esta organización, cuando fue creada finalmente, fue la Organización Sionista). Consideraba que el futuro Estado sería un Estado modelo desde el punto de vista social, basando sus ideas en el modelo europeo de la época, una sociedad ilustrada moderna. Debía ser neutral, a favor de la paz y de naturaleza secular.
Las ideas de Herzl fueron acogidas con entusiasmo por las masas judías en Europa Oriental, aunque los líderes judíos mostraron menos fervor. A pesar de eso, Herzl convocó y presidió el Primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, del 29 al 31 de agosto de 1897, la primera reunión internacional de judíos sobre una base nacional y secular. Aquí los delegados adoptaron el Programa de Basilea, el programa del movimiento sionista, y declararon que “el sionismo pretende establecer en Palestina un hogar para el pueblo judío que esté basado en la ley pública”. En el Congreso se fundó la Organización Sionista como brazo político del pueblo judío, y Herzl fue electo su primer presidente. Ese mismo año, Herzl fundó el semanario sionista Die Welt e inició las actividades para obtener el reconocimiento internacional para un asentamiento judío en la Tierra de Israel (Eretz Israel).
Después del Primer Congreso Sionista, el movimiento se reunió anualmente en los marcos de un Congreso Sionista Internacional. En el año 1936 el centro del Movimiento Sionista fue trasladado a Jerusalén.
En 1902, Herzl escribió la novela sionista “Altneuland” (Vieja Nueva Tierra), en la que presentó el futuro Estado judío como una utopía social. Tuvo la visión de una nueva sociedad que surgiría en la Tierra de Israel sobre una base cooperativa, que utiliza la ciencia y la tecnología para el desarrollo del país. Incluyó ideas detalladas respecto a la forma en que veía la estructura política del futuro Estado, la inmigración, la recaudación de fondos, las relaciones diplomáticas, las leyes sociales y
Las relaciones entre la religión y el Estado.
En “Altneuland”, el Estado judío aparecía como una sociedad pluralista y progresista, una “luz para las naciones”. Este libro tuvo un gran impacto entre los judíos de la época y se convirtió en el símbolo de la visión sionista en la Tierra de Israel.
Herzl comprendió la necesidad del estímulo de las grandes potencias para los objetivos nacionales del pueblo judío. Por eso, viajó a la Tierra de Israel y a Estambul en 1898 para encontrarse con el kaiser Guillermo II de Alemania y el sultán del Imperio Otomano. Cuando estos esfuerzos demostraron ser estériles, se volvió hacia Gran Bretaña y se reunió con Joseph Chamberlain, el ministro de Colonias británico y con otros. La única oferta concreta que recibió por parte de los británicos fue la propuesta de una región autónoma judía en el Africa Oriental, en Uganda.
El pogrom de Kishinev en 1903 y la difícil situación de la judeidad rusa, que conoció de cerca durante una visita a Rusia, le causó una fuerte impresión. Presentó al Sexto Congreso Sionista (1903) la propuesta británica de Uganda como refugio temporario para los judíos de Rusia que se encontraban en un peligro inmediato. Si bien Herzl dejó en claro que esta proposición no afectaría la meta final del sionismo, una entidad judía en la Tierra de Israel, la propuesta despertó una gran tormenta en el Congreso y casi provocó un cisma en el movimiento sionista. El Programa de Uganda fue rechazado finalmente por el movimiento sionista en el Séptimo Congreso Sionista, en 1905.
Herzl murió en 1904 de una neumonía y de una debilidad cardiaca debida al exceso de trabajo por sus incesantes esfuerzos en pro del sionismo. Mas para entonces el movimiento había encontrado ya su lugar en el mapa político mundial. En 1949 los restos mortales de Herzl fueron traídos a Israel e inhumados en el Monte Herzl, en Jerusalén.
Herzl acuñó la frase “Si lo queréis, no será una leyenda”, que se convirtió en el lema del movimiento sionista. Si bien en su momento nadie lo hubiera imaginado, el movimiento sionista condujo, en tan sólo 50 años después del Primer Congreso, al establecimiento del soberano Estado de Israel.
Surgimiento del sionismo político
El sionismo político, el movimiento de liberación nacional del pueblo judío, surgió en el siglo XIX dentro del contexto del nacionalismo liberal que entonces se expandía por Europa.
El sionismo sintetizó los dos objetivos del nacionalismo liberal: liberación y unidad, que aspira liberar a los judíos del dominio extraño, hostil y opresor, y restablecer la unidad judía por medio de la reunión a los exilios de los cuatro confines del mundo en una patria judía.
El surgimiento del sionismo como movimiento político fue también una respuesta al fracaso de la Haskalá, el iluminismo judío, para solucionar “el problema judío”. De acuerdo con la concepción sionista, la razón de este fracaso fue que la emancipación e igualdad personal no era posible sin la emancipación y una igualdad nacional, dado que los problemas nacionales requieren soluciones nacionales. La solución sionista fue el establecimiento de un Estado nacional judío con una mayoría judía en su patria ancestral, haciendo realidad así el derecho del pueblo judío a la autodeterminación. El sionismo no considera que “la normalización” de la condición judía sea opuesta a los objetivos y valores universales. Éste abogó por el derecho de todo pueblo en la tierra a tener su hogar propio y sostuvo que sólo un pueblo soberano puede ser miembro de igual rango en el seno de las naciones.
Un movimiento pluralista
Si bien el sionismo fue básicamente un movimiento político que aspiraba al retorno a la patria judía con libertad, soberanía y seguridad para el pueblo judío, promovió también una reafirmación de la cultura judía. Un importante elemento en este despertar fue el renacimiento del hebreo, largamente restringido a la liturgia y a la literatura, como un idioma nacional vivo para su uso en el Gobierno y en el ejército, en la educación y en la ciencia, el mercado y la calle.
Como todo otro nacionalismo, el sionismo se interrelacionó con otras ideologías, lo que formó corrientes y subcorrientes dentro de su campo de acción. La combinación de nacionalismo y liberalismo dio nacimiento al sionismo liberal; la integración del socialismo hizo surgir el sionismo socialista; la mezcla de sionismo con una profunda fe religiosa creó el sionismo religioso y la influencia del nacionalismo europeo inspiró una facción nacionalista de derecha. En este aspecto, el sionismo no fue diferente de otros nacionalismos, que también abrazaron diversas tendencias liberales, tradicionalistas, socialistas (izquierdistas) y conservadoras (derechistas).