El 20 de Enero de 2017, con la llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, ha comenzado un nuevo ciclo en las Relaciones Internacionales en general, en el Cercano Oriente en particular y en el conflicto palestino-israelí en especial.
El miércoles 15 de Febrero el Premier del Estado de Israel, Benjamin Netanyahu, fue recibido en Washington por el Presidente Trump en un escenario diametralmente opuesto al de las anteriores recepciones que le brindara el Presidente saliente Barack Obama.
Distendidas, amables y amigables, aunque no en todo coincidentes, fueron lanzadas no tan sutiles propuestas que podrían ser consideradas inclusive como contradictorias si no fuera porque, lentamente y con paciencia, se puede ir interpretando la metodología que utiliza el Presidente Trump para elaborar sus pensamientos y transmitirlos en sus alocuciones.
Veamos estas dos frases emitidas por Trump en la conferencia de prensa:
“Estoy mirando a dos Estados y a un Estado, y me gusta la solución que les guste a las dos partes. Estaré muy feliz con lo que les guste a las dos partes. Puedo vivir con cualquiera de las dos (soluciones)”.
“Pensé por un tiempo que dos Estados parecía la más fácil de las dos. Pero, honestamente, si Israel y los palestinos están felices, yo estoy feliz con la que les guste más”.
La interpretación de esos dichos sería la siguiente:* Señores, en cualquier lugar del mundo, cuando existe un contrato a firmar entre dos interesados las cláusulas de derechos y obligaciones de ambas partes deben ser discutidas y acordadas, justamente, entre ellas. Yo puedo asesorarlos pero no inmiscuirme ya que la solución les corresponde a vosotros*.
Analicemos otro de los enunciados de Trump:
“Creo que los palestinos tienen que deshacerse del odio que les enseñan desde muy temprana edad. Les enseñan tremendo odio. He visto lo que les enseñan a una edad muy temprana, y empieza en las aulas. Y tienen que reconocer a Israel. Tienen que hacerlo”.
Esta cita, compuesta de varias exigencias simultáneas, es una sentencia directa dirigida a los palestinos para que comprendan la necesidad que tienen de concientizar el deber de realizar un cambio radical en toda su estructura educativa y religiosa.
Las autoridades palestinas reaccionaron de inmediato contra las propuestas del Presidente de los Estados Unidos definiéndolas como una traición a sus supuestos derechos pretendidos.
Por el contrario el Premier Netanyahu manifestó su satisfacción afirmando que “No hay más grande partidario del Estado Judío y del Pueblo Judío que Donald Trump por lo que el vínculo entre los dos países será ahora más fuerte”.
Sin embargo hay algo más que dijo Trump a lo que Netanyahu sonriendo no respondió:
“Ambos deberán hacer concesiones para lograr la paz; sabes eso, ¿no es cierto?” y “Me gustaría que pararas con los asentamientos por un tiempo!!”.
Como puede observarse no todo fue favorable para Israel y los complejos problemas que existían con Obama siguen vigentes, aunque con un grado de mejor trato y comprensión.
Donald Trump plantea por consiguiente la búsqueda de “la felicidad de todos” y ello obliga a analizar las, nada fáciles, posibles soluciones.
El plan de un Estado en lo que fuera la Palestina británica (integrada por judíos, musulmanes y cristianos) o federada entre Israel, Cisjordania y Gaza es terminantemente inconcebible en cualquiera de sus esquemas. Mezclar una Democracia como la israelí con una Autocracia como la palestina de Judea y Samaria y una entidad Terrorista como la de Gaza sería de lo más absurdo. Los ejemplos de Yugoeslavia, la Unión Soviética y Checoeslovaquia deberían bastar para que el tema sea echado definitivamente en la papelera de descartables.
El planteo coercitivo y globalizado de los 2 Estados, Israel y Palestina, ahora frivolizado por Trump, colisionó desde la creación del Estado Judío en 1948 con las posturas directamente extremistas de ambos lados; los árabes que sostienen que todo el Medio Oriente es tierra sagrada musulmana (1.400 años de antigüedad) y la ultraderecha judía que enarbola la milenaria posesión bíblica (5.777 años registrados) donde está asentada incluso la compra-venta en dinero efectivo, por el patriarca Abraham, de los terrenos en Hebrón.
Esta probable solución, que Israel podría encarar, deberá tener una serie de condiciones que, por ahora los árabes de Palestina no aceptan; entre ellas, de importancia fundamental, es la desmilitarización del nuevo Estado para evitar la entrada en el juego de guerra por parte de la República terrorista de Irán que promueve abiertamente la destrucción del Estado Judío. Este requisito es aprobado a su vez por el eje sunita integrado por Egipto, Jordania, Arabia y los Emiratos que también desean alejar de sus fronteras a Irán, la potencia chiita regional que pretende expandirse con violencia por todo el Medio Oriente (con Assad en Siria, Hezbollah en Líbano, Hamas en Gaza, Hutíes en Yemen y grupos que lideran el terror en Libia).
Esta nueva configuración geopolítica posibilita, desde los Acuerdos Feisal-Weitzman de hace 100 años (1917-1922), que los árabes de la antigua Palestina se vean impulsados a retomar las negociaciones con el actualmente consolidado Estado Judío de Israel, paralizadas desde 2014 por la incompetencia de Obama-Kerry, la Unión Europea y las Naciones Unidas.
Existen variados ejemplos históricos comparativos que pueden validar soluciones de conflictos entre Estados, Pueblos, Naciones y Religiones para aplicar al enfrentamiento palestino-israelí.
Irlanda con el Reino Unido de Gran Bretaña estuvieron guerreando por casi 700 años. En 1922 se firma un Tratado declarando a Irlanda “Estado Libre asociado a Gran Bretaña”; en 1931 adquiere la “Independencia Legislativa”; en 1937 se vota una nueva Constitución y en 1949 se establece la República de Irlanda (Eire), con la capital en Dublín, renunciando a la parte Norte de la isla que sigue integrada a Gran Bretaña, con la capital en Belfast.
La española Gibraltar es usufructuada, desde hace 300 años, por el Reino de Gran Bretaña.
La Junta de Costa Rica disolvió el Ejército en 1948, aprobando tener solo fuerzas policiales.
Y el Principado de Mónaco que desde 1918 cedió la responsabilidad militar a la vecina Francia.
Israel ha triunfado en todas las guerras impuestas por sus vecinos regionales que tenían como meta exterminar a los judíos de Palestina y del mundo desde que el Gran Mufti de Jerusalem, aliado del nazismo y del genocida Adolfo Hitler, expresara en Berlín (1939) “la mayor de las alegrías y la más profunda satisfacción por los logros nazis”, declarando una “guerra santa” cuyo objetivo era “¡Asesinar a los judíos! ¡Asesinarlos a todos!” (Jutzpah de Alan Dershowitz).
Luego vendrían las manifestaciones del Rey de Arabia Saudita en 1954: “Las naciones árabes deberían sacrificar hasta diez millones de sus pobladores para aniquilar a Israel. Israel para el mundo árabe es como un cáncer para el cuerpo humano, y el único remedio es extirparlo, como se hace con el cáncer”.
En 1959 y en 1967 el Presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, repitió que, “en nombre del Pueblo Árabe, esta vez exterminaremos a Israel”, y para esa misma época Aref, el Presidente de Irak, declaró: “La existencia de Israel es un error que debe ser rectificado. Esta es nuestra oportunidad de eliminar la ignominia que nos ha acompañado desde 1948. Nuestro objetivo es claro, eliminar del mapa a Israel”.
No estamos descubriendo nada nuevo cuando el ya fallecido Ayatolá Jomeini de la República Islámica de Irán, el actual Ayatolá Jamenei y el ex Presidente Ahmadinejad, con toda la cúpula teocrática y terrorista de ese país, siguen vociferando las mismas amenazas de sus antecesores derrotados en los campos de batalla de las guerras iniciadas por ellos mismos..
Cuando se pierden las guerras el derrotado algo debe pagar y si se desconoce esta realidad deberían estudiar la secuencia histórica de la ciudad de Danzig, hoy llamada Gdansk, y de miles de otros ejemplos que habrán de aclarar el consciente o inconsciente desconocimiento de muchos intelectuales, periodistas, académicos, educadores, estudiantes y políticos.
Sin embargo el Estado de Israel ha demostrado en innumerables ocasiones que, cuando se firman acuerdos definitivos de paz entre las partes, cumple totalmente con sus compromisos.
Con Egipto, a partir de 1979, la retirada del Sinaí, el desalojo de la ciudad de Iamit y la cesión de los pozos de gas y petróleo desarrollados por los israelíes. Con Jordania, la demarcación definitiva de las fronteras entre ambos países y los compromisos mutuos de seguridad antiterrorista. Con la OLP de Arafat, el retorno progresivo de las áreas palestinas de “Gaza y Jericó primero” a partir de la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993. Con Líbano, la rigurosa demarcación definitiva en el año 2000, bajo la estricta supervisión de la Naciones Unidas, de la frontera norte, que incluyó el retiro a esas líneas del Ejército de Israel. Y la retirada unilateral de Gaza en 2005 por iniciativa del Primer Ministro Ariel Sharón, al tremendo costo humano, económico y político de tener que desalojar por la fuerza a los 8.000 pobladores judíos que la habitaban, de sus tierras, escuelas, viviendas, emprendimientos y sinagogas.
Ahora corresponde a los árabes de Palestina demostrar que tienen el “afectio societatis” para sentarse a negociar con el Estado de Israel sin precondiciones, con el fin de depurar todas las diferencias existentes, necesidad que hace falta para llegar a una paz efectiva, libre de la dolorosa violencia que asolara la región durante demasiado tiempo.
Los enemigos de Israel y los terroristas pueden tomarse un tiempo para descansar. Israel, no.