El profundo significado detrás los disfraces de Purim.

Posteado el Mié, 07/03/2012 - 00:00
Autor
Rabino A. Kahn
Fuente
Rabino Arieh Sztokman

 

¿Alguna vez estuviste en una situación en la que tenías miedo de revelar tu identidad?

¿Alguna vez sentiste como si hubieras estado utilizando una máscara y la ropa de otra persona? Esto le puede pasar a los individuos, pero también le puede pasar a una nación.

Una de las consecuencias de vivir en un lugar nuevo es el fenómeno de la aculturación (adquisición de una nueva cultura). Incluso cuando este proceso no llega al extremo de la asimilación, todavía hay un alto precio que pagar. Incluso una aculturación mediana puede activar una crisis existencial, y esto es precisamente lo que le ocurrió a una gran parte de la nación judía hace unos 2.500 años. Como extranjeros en una tierra extraña, hicieron lo que creyeron que tenían que hacer para “encajar”. Y así y todo, las fuerzas de socialización y aculturación fueron una amenaza a la identidad judía en tantos lugares a través de la historia, que los hechos relatados en el Libro de Ester trascienden los detalles específicos de esa época.

Parte de la Fiesta
El Libro de Ester se sitúa en lo que son descritos como “tiempos interesantes”. Como resultado de un sangriento golpe, un nuevo dictador asumió el poder en Shushan. El rey Ajashverosh estaba celebrando sus muchas conquistas, y los culturizados judíos de Shushan se encontraron en el epicentro de una fiesta de proporciones épicas. La participación en la juerga no era opcional, quienes no asistieran serían acusados de sedición.

Imagina entonces la incomodidad de los judíos en la celebración de la conquista y subyugación de Jerusalem por Ajashverosh. Cuando éste apareció ante sus subordinados borracho y alborotado, vestido con las prendas del Sumo Sacerdote que habían sido tomadas durante la destrucción del Templo Sagrado, los judíos seguramente se sintieron, por lo menos, incómodos. Ajashverosh había cambiado su traje “normal” – las prendas reales que le había robado a su antecesor – por un traje nuevo con el objetivo de acentuar su éxito, pero al mismo tiempo extinguía la esperanza de repatriación que muchos judíos habían albergado.

Los judíos de Shushan también estaban disfrazados.
Sin embargo, a pesar de su incomodidad, los judíos de Shushan no eran tan diferentes de Ajashverosh como hubiésemos querido creer; ellos también estaban disfrazados. Estaban vestidos como todos los otros ciudadanos de Shushan, con sonrisas en sus caras y bebidas en sus manos, y también estaban brindando por el rey.

¿Qué tan grande era la aculturación y qué tanto había penetrado? Ajashverosh no merecía ninguno de sus trajes; no sólo no era el Sumo Sacerdote, ni siquiera tenía sangre azul. Sus prendas reales no le quedaban bien porque habían sido hechas a medida del rey a quien acababa de derrocar.

La Reina
La Reina Vashti tenía una importancia especial en la fiesta de disfraces. Era una de las conquistas más importantes de Ajashverosh, ya que era su estirpe real lo que le daba legitimidad al nuevo jerarca. Cuando el rey exigió que ella apareciera desnuda ante la asamblea sin el atuendo real, él quiso despojarla del poder y la nobleza que esos atuendos simbolizaban. Intentaba humillarla y recordarle que ahora él era el rey. Ella se negó a presentarse disfrazada – porque ciertamente una reina despojada de sus prendas es otro tipo de disfraz – y fue inmediatamente depuesta.

El rey estaba solo, necesitando mucho una reina nueva. Sus consejeros le sugirieron un plan maravilloso: hacer un concurso de belleza. Cada noche, una niña diferente se vestiría como reina-de-la-noche, en la mañana sería despedida. La “ganadora” recibiría la corona, y se le permitiría vestirse siempre como reina – o al menos hasta la siguiente explosión de ira alcohólica del rey, lo que ciertamente presentaba un riesgo laboral para las mujeres en este rubro.

Ester también estaba disfrazada, forzada a participar en este “concurso”.
Había una niña judía bonita que vivía en Shushan, a quien todos conocían como Ester, pero su nombre real era Hadasa. Ella también estaba disfrazada. Ester fue forzada a participar en este “concurso”. Fue la única que no pidió aceites especiales, perfumes ni otras cosas para arreglarse. A diferencia de las otras concursantes, ella no deseaba ser la reina de este rey.

Pero ocurrió algo interesante: de todas las mujeres, ella era la única a quien el rey quería. A menudo, los hombres quieren lo que no pueden tener, y Ester, distante y ambivalente, era muy diferente de todas las demás (que quizás estaban utilizando demasiado perfume y maquillaje), quienes tan desesperadamente querían ser elegidas, y estaban haciendo un esfuerzo demasiado grande para llamar la atención del rey. Ester era de estirpe real, le recordaba a Ajashverosh a su reina anterior, y fue elegida. De hecho, lo que Ajashverosh vio no era ningún disfraz. Lo que brilló en Ester, que apareció ante él vestida de manera casual, fue la realeza de la mujer judía.

El Megalómano
Hamán, un astuto, cruel y manipulador consejero del rey, era un psicópata que utilizó su inteligencia para posicionarse por sobre los otros consejeros. Hamán era un megalómano, y decretó que todos los súbditos debían reverenciarse ante él. Todos en el reino cumplieron, temiendo por sus vidas. Sólo un hombre, Mordejai, se rehusó a reverenciarse ante Hamán. Por ser judío, Mordejai se rehusaba a reverenciarse ante cualquier persona.

Sólo para hacerlo más interesante, este mismo Mordejai una vez había alertado al rey sobre un complot para asesinarlo, y se había ganado de esta manera la confianza del rey. Para complicar las cosas un poco más, Mordejai era el primo y asesor principal de Ester.
Hamán tendría su revancha. No sólo mataría a Mordejai, sino que aniquilaría a todos los judíos.

Hamán no toleraba esta afrenta a su orgullo, se vengaría. No sólo mataría a Mordejai, sino que aniquilaría a todos los judíos. El rey, que tenía todos los motivos para ser paranoico, sería muy fácil de convencer. Hamán sólo necesitaba sugerirle al rey los peligros que estos espías presentaban, este peligroso y subversivo grupo que vivía por todo el reino. Después de hacer una gran donación a las arcas reales, Hamán recibió el visto bueno del rey, y el destino de todos los judíos del reino estaba sellado.

Mordejai y Ester Cambian Ropas
Cuando Mordejai escuchó sobre el decreto, el también se “disfrazó”, se puso una arpillera, ropas de duelo. Ester estaba horrorizada, uno no podía sentarse en la ciudad capital utilizando ropas de duelo. El rey estaba feliz, la gente estaba celebrando; esa vestimenta sería interpretada como un símbolo de rebelión. Ella le pidió a Mordejai que fuera razonable, pero él era inflexible, yendo tan lejos que incluso llegó a sugerir que el destino de ella había sido revelado - Ester había ascendido al trono con el único objetivo de actuar en pos del pueblo judío.

Ester sabía lo que debía hacer. Debía utilizar los atuendos de reina, asumir ese personaje que le garantizaría el acceso a lo más íntimo del reino. El riesgo era enorme, el rey estaba completamente entregado a su paranoia. El precio que pagó por tomar el reino a la fuerza fue el tormento de ver conspiraciones en todos lados. Estaba tan convencido de que había desconocidos que estaban planeando hacer lo mismo que él había hecho, que instituyó reglas para la auto-preservación: los visitantes no invitados recibirían pena de muerte – incluyendo a la reina.

Ester se pone su atuendo real y va a ver al rey. Se ve súper atractiva. El rey es cautivado. Pareciera que Ester finalmente perdió la timidez, y está dispuesta a cumplir todos los deseos del rey. Lo invita a unirse a ella esa noche, en una fiesta muy especial. Y luego, de paso, agrega: “…y trae a Hamán contigo”.

El plan de Ester era exquisitamente simple: puso la paranoia de Ajashverosh en contra de la megalomanía de Hamán.

En este momento la cabeza del rey está andando a mil. Por un lado, Ester quiere verlo – lo que le parece bastante lógico, siendo él el hombre que es – pero, ¿por qué está invitado Hamán? Su mente echa humo mientras se prepara para la fiesta. Hamán, por el otro lado, parece ajeno a lo que está ocurriendo, estaba demasiado feliz por estar en “la lista de invitados” a los eventos más exclusivos.

Para aumentar la presión, ella invita a ambos hombres a que se le unan la noche siguiente. Hamán está en las nubes, incluso maníaco. Finalmente su grandeza es reconocida, confirmada para que todos lo vean. Mientras deja el palacio, todo el que lo ve se reverencia, con la excepción de un hombre – Mordejai.

Esto es suficiente para volverlo loco, llega a casa echando humo. Su maravilloso día ha sido arruinado por esta espina, Mordejai el judío. Se le aconseja colgar a Mordejai y acabar con la corte judía. La depresión de Hamán es reemplazada por una energía maniática. Se apura para preparar la horca y luego, cerca de medianoche, va a ver al rey – con seguridad no es la manera más inteligente de acercarse a un monarca paranoico.

Hamán ha perdido el cuidado, y no logra leer el miedo en la cara de Ajashverosh, el miedo que es originado por la paranoia y accionado por la invitación de la reina.
Ajashverosh sobrevivió la noche a duras penas, inmerso en un mar de dudas y temor. Está seguro de que hay un complot en marcha. ¿Acaso su reina y su asesor han formado una alianza? No puede dormir, revisa el diario real para encontrar pistas, y le leen que un hombre llamado Mordejai lo había alertado de un complot para asesinarlo. Estudió el complot, quizás buscando similitudes con su situación actual, pero al mismo tiempo se da cuenta de que Mordejai nunca fue recompensado como correspondía.

El Cambio de Dirección
En este momento Hamán entra, y Ajashverosh le pregunta: “¿Cuál debería ser la recompensa adecuada para alguien a quien el rey desea honrar?”. Hamán, tan preso de su propio narcisismo, está convencido de que él es el objeto del honor del rey. Baja su guardia y revela sus aspiraciones verdaderas: “Se lo viste con las ropas y la corona del rey, y se lo hace desfilar por todo el capitolio en el caballo del rey”. Es difícil imaginar una peor sugerencia para este rey dadas las circunstancias.

Cuando el rey le ordena a Hamán, el conocido antisemita, que haga todo esto para Mordejai el judío, y que sea quien lleve el caballo por todas las calles, Hamán queda devastado. Él no utilizará las ropas del rey, en cambio, aparecerá ante todos como la persona del establo, la posición que tenía Ajashverosh antes de realizar su golpe. De repente, a Hamán le bajan los humos, porque en realidad sólo había estado disfrazado de consejero del rey. Su estatus verdadero era mucho más bajo.

En cierto aspecto, el resto del complot son detalles: Hamán termina en la mismísima horca que había preparado para Mordejai, y la amenaza en contra de los judíos es revertida. La historia termina con Ester y Mordejai vestidos con atuendos reales.
Cada año, en Purim, la festividad creada para celebrar la salvación de los judíos, leemos la historia, hacemos banquetes y bebemos vino. Pero hay una costumbre más que es parte integral de Purim: la gente se disfraza. Purim nos recuerda que pasamos mucho de nuestra vida disfrazándonos y viviendo en disonancia con nuestra alma. Nos permitimos disfrazarnos para adormecernos en una falsa identidad, poniendo nuestra fe en las máscaras que utilizamos en lugar de en la belleza natural del destino judío.

Nuestro objetivo como judíos es encontrar nuestra verdadera vestimenta y nuestra verdadera identidad, tanto como individuos así como una nación. Esta es la vestimenta de la realeza que esperamos recuperar, rápidamente y en nuestro tiempo.
 

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