Un nuevo perfil de idealismo surge en Israel. El kibutz tradicional agrícola, una propiedad colectiva en todos sus aspectos, ya casi no existe más. Comprendiendo que esta fascinante experiencia comunitaria cumplió con su función pero que al mismo tiempo todavía hay mucho lo que hacer, un grupo de personas -cada vez más numeroso- transfiere la idea de kibutz a las ciudades, convirtiendo la agricultura en acción social, y resignificando el sionismo socialista en el siglo XXI.
Por Joao Koatz Miragaya
No existe nada más sionista que el kibutz. Parte fundamental de la historia del movimiento sionista y del Estado de Israel, los kibutzim fueron la experiencia más romántica y exitosa en el país. Durante años, jóvenes idealistas hacían Aliá (ir a vivir a Israel) e iban a vivir en un kibutz. Voluntarios se anotaban para participar de alguna manera en esta experiencia. Los miembros de los kibutzim eran vistos de forma casi mística por la sociedad, como los más idealistas, los mejores soldados, los más sionistas y los que no se preocupan con las futilidades de la vida. Nunca fueron más que 8% de la población israelí, pero parecían ser más que la mitad. Abba Eban, ex canciller israelí, se refería a los miembros de los kibutzim como la "reserva moral" de la sociedad israelí. Por algunos eran llamados "la sal de la sociedad", en referencia al condimento: simple, económico, poco sofisticado, pero esencial para la comida. Hasta el inicio de los años 1980, este era el perfil del kibutznik. Hoy las cosas son un poco distintas.
Los kibutzim tienen una importancia singular en la historia del sionismo: sirvieron para colonizar el territorio, para recibir inmigrantes y para producir alimentos en difíciles épocas de boicot y racionamiento. Sirvieron para demostrar a todos que hay algo más importante que las aspiraciones individuales del sujeto: el colectivo. Siguiendo a la lógica marxista de extremo colectivismo y desprecio a las instituciones burguesas, los kibutzim tenían como objetivo extinguir las fronteras entre ciudad y campo, y transformar Israel en un país socialista.
El lema era “dar lo que se puede, recibir lo necesario”, demasiado idealista para los días de hoy. Sin embargo funcionó. Entre los años 1910-1980, la idea del kibutz tuvo gran éxito. Si no transformó Israel en socialista, dio sentido al sionismo para muchísima gente. Los kibutzim desarrollaron una manera de practicar el judaísmo, con conmemoraciones especiales de los jaguim (fiestas judías), prácticas seculares de eventos en principio religiosos, como el bar-mitzva, y una celebración propia de Shabat. Dieron valor al sionismo, cuando pusieron el Estado arriba de todo. Todo empezó a cambiar en los años 1970.
La crisis económica sumada al corte de inversiones públicas del gobierno de Menajem Beguin (Likud) perjudicó a la economía de los kibutzim. El fin del boicot árabe y la paz con Egipto posibilitaron la entrada de alimentos en Israel a un precio más barato que el producido por los kibutzim. La opción para muchos de los “hijos del kibutz” de dirigirse a las ciudades, sumado a los cambios en sus reglas, configuran otra crisis, de carácter ideológico. A partir de fines de los años ‘70, muchos kibutzim comenzaron a tercerizar servicios, privatizar su campo y sus fábricas, y a eliminar a parte de sus normas marxistas, como la casa de los niños y el comedor comunitario. Llegaba el fin de una era.
Si estas crisis de carácter económico y moral destruyeron a los kibutzim financiera y culturalmente, su idea, sin embargo, no murió. Hoy en día solamente 70 de los 274 kibutzim israelíes mantienen de alguna manera una división igualitaria de la renta. Todos los otros se transformaron en propiedades privadas, que mantienen algunos trazos de vida comunitaria, pero sin compartir el capital producido. Sin la opción de “vivir de manera socialista”, y percibiendo también que a los que aún se definen como tales su aislamiento de las ciudades les dificulta la acción social para crear un país socialista, miembros de movimientos juveniles sionistas socialistas desarrollaron proyectos de comunas y kibutzim urbanos. El nuevo kibutz no es como antes, pero es tan bueno como aquel.
De la comuna al kibutz urbano. Ideales que se regeneran
La idea funciona de esta manera: jóvenes después del ejército pasan a vivir una vida comunal en departamentos y casas. Hay comunas en las que sus miembros se dedican solamente a la educación. Otras en que la ocupación es libre. Lo que todas tienen en común es el trabajo social en conjunto: todas las comunas realizan trabajo social con comunidades carentes, muchas veces haciendo de ésta su única ocupación. Muchos viven en condiciones de pobreza, sobreviviendo con los bajos subsidios que reciben de sus propios movimientos para estas acciones (el gobierno casi nunca los ayuda), recordándonos así la idea del kibutz tradicional: uno da lo que puede y recibe lo que necesita, y se contenta con lo que hay porque la actividad colectiva y la construcción de una sociedad más justa es más relevante que sus aspiraciones individuales.
Cuando estos jóvenes se casan, tienen hijos, y deciden seguir con esta vida, forman un kibutz urbano. Muchas veces estos kibutzim urbanos no poseen una estructura fija, como es el caso del Kibutz Mishol en sus principios: sus miembros vivían en el mismo barrio, en departamentos separados, y alquilaban a un salón para las actividades y asambleas que se realizaban en conjunto. A pesar de que vivían separadamente, dividían la renta de modo igualitario, como en un kibutz tradicional. El Kibutz Tamuz, por otro lado, siempre tuvo su propio edificio, en la ciudad de Beit Shemesh. Allí abrieron una ONG que presta ayuda a familias que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza.
Actualmente viven en los kibutzim urbanos de Israel cerca de dos mil personas. Es poco, comparado con los 140 mil que viven en los kibutzim tradicionales. Pero su futuro es prometedor, considerando las decenas de comunas en proceso de tornarse kibutzim urbanos, formadas por jóvenes idealistas, cuyo objetivo es entregarse a la sociedad donde sea necesario. El sionismo socialista vive y se reinventa. Su pasado es glorioso y su futuro es prometedor.