En los comienzos de nuestra era la lengua más hablada en Palestina era el arameo, lengua que comparte con el hebreo su adscripción semítica. La lengua de cultura era el griego, la lengua del imperio y de los ejércitos de ocupación era el latín y el hebreo era ya únicamente, desde hacía por lo menos un siglo, la lengua litúrgica y de los libros sagrados del judaísmo. Sólo las élites religiosas, rabínicas, leían, escribían y hablaban entonces el hebreo.
El arameo fue la lengua hablada por el pueblo judío hasta que fue sustituido paulatinamente por el árabe a raíz de la invasión árabe del siglo VI. Entre los años 70 y 135 d.C. se produjo un éxodo masivo de judíos para otras tierras, la conocida diáspora judía. En este exilio cada comunidad judía adoptó la lengua del país de acogida, en Europa, en Asia y en el norte de África, olvidando el arameo y conservando el hebreo, como siempre, como lengua litúrgica.
El hebreo litúrgico empleado en la religión por los judíos generó una serie de “lenguas mixtas” caracterizadas por el uso de un mínimo porcentaje de términos judíos incrustados en las lenguas de acogida. Así, podemos hablar hoy del judío-tamazight, del judío-turco, del judío-georgiano, etc. Los “judíos” más hablados fueron el idish (del alemán jüdisch, judío) y el djudezmo (conocido en Israel como ladino).
El idish es la lengua de los judíos ashkenazitas de toda la Europa Central. Tiene estructura germánica y un 70% de léxico alemán, 15% eslavo y sólo un 5% de léxico hebreo. Antes de la Segunda Guerra Mundial hablaban idish en Europa central unos once millones de personas. El djudezmo es el judío de los sefarditas, que llegó a ser hablado a comienzos del siglo XX por dos millones de personas en países de las riberas mediterráneas. Hoy se calcula que tendrá 150.000 usuarios.
En Palestina se utiliza el árabe y restos de arameo (aún hoy se habla arameo en algunas villas de los aledaños de Damasco).
En la diáspora cada una de las lenguas de acogida tiene incrustaciones léxicas hebreas. El pueblo judío no habló el hebreo durante casi dos milenios. El hebreo no estaba vivo; sin embargo, tampoco se podría decir que estaba muerto ya que seguía siendo la lengua litúrgica y vehicular entre rabinos y comerciantes.
A finales del siglo XVIII en Alemania hubo intentos de restaurar el hebreo, pero éste tenía un léxico muy limitado, arcaico y circunscrito a la vida religiosa, nada apto para la vida moderna y las ciencias. Si el sueño era volver a tener una patria en Eretz Israel, no sería viable si cada grupo de judíos hablaba la lengua de su país de acogida; se debía tener una lengua y la única de todos los judíos había sido milenariamente el hebreo.
En el año 1880 un grupo de idealistas judíos nacionalistas, sionistas, vuelve a Eretz Israel, a Palestina. Entre ellos viaja el lituano Eliezer Ben Yehuda, quien acomete la enorme labor de reelaborar el hebreo modernizando la gramática, simplificándola, dotándola de mayor versatilidad y adaptabilidad para su utilización en nuevos usos, cogiendo préstamos del árabe, del arameo y de las “lenguas judías”, creando neologismos, etc. En 1890 Ben Yehudá creó el embrión de lo que con los años sería, en 1940, la Academia de la Lengua Hebrea. Ben Yehuda inventó una lengua hablada, el neo-hebreo, a partir de una lengua secular únicamente escrita, el hebreo de los libros sagrados.
Entre 1891 y 1903 llegaron a Palestina unos 30.000 judíos de diversos orígenes y lenguas. En 1898 Ben Yehuda funda una red de escuelas destinadas a enseñar hebreo a los recién llegados, y así, en 1915, nacieron los primeros judíos criados desde la cuna en hebreo desde hacía 2.000 años.
Como la mayoría de los judíos retornados eran ashkenazitas, el neo-hebreo tuvo una fuerte competencia con el alemán y con el idish en este primer tercio del siglo XX, pues si la mayoría de los inmigrantes hablaban estas variedades germánicas era innecesario “forzar” por todos los medios el aprendizaje de una nueva lengua.
Ben Yehuda consiguió en 1918 que los británicos declararan al hebreo tercera lengua oficial de Palestina junto al árabe y el inglés, de manera que el hebreo se introdujo en las escuelas, en la administración y en el poder político. Después de la Segunda Guerra Mundial los propios judíos germanófonos o que utilizaban el idish aprendieron voluntariamente el hebreo y renunciaron a lenguas ligadas a la barbarie nazi.
Para obtener la nacionalidad israelí hacía falta demostrar conocimiento del hebreo. El Estado de Israel invierte enormes cantidades de dinero en “hebraizar” lingüísticamente toda esa marea de judíos de la diáspora que vuelven hablando inglés, ruso, polaco, húngaro, djudezmo, árabe, tamazight, turco, persa, amárico, tigriña, italiano, serbocroata, griego. etc.
La resistencia a la integración lingüística proviene fundamentalmente de hablantes de lenguas “superiores”, entendamos inglés y ruso. Dado que el inglés es, de facto, no de uure, lengua co-oficial en Israel y un altísimo porcentaje de israelíes también habla inglés, hay muchos judíos norteamericanos que pueden prescindir de aprender hebreo a no ser que vivan en comunidades o villas con judíos de otros orígenes. Con los rusófonos (rusos, ucranianos y bielorrusos) pasa algo semejante, de manera que por ejemplo en muchos canales de televisión subtitulan en ruso lo emitido en hebreo. Los rusófonos son alrededor del millón de personas, viven en comunidades aisladas, son poco religiosos y tienen una cultura de momento bastante alejada de la población media.
Aun siendo de hecho la única lengua oficial, el hebreo está obligado a competir constantemente en casa con estas dos lenguas citadas, pero esto forma parte ya de la propia y rica dinámica interna de la sociedad israelí, con sus fobias, contradicciones, riquezas y pluralidades.
El ejemplo del hebreo es el mejor ejemplo de como con firme voluntad y con un Estado propio una lengua puede resucitar: de apenas unos cientos de neo hablantes a casi seis millones de personas, y esto sólo en cien años.
*Breogán Cohen es socio lingüista en la Universidade de Vigo (Galicia) y socio de la Asociación de Amistad Galicia Israel (AGAI).