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Argentina seguía en el horizonte de los sobrevivientes de la Shoá Carola, Sara, y Bernardo Rus, por lo que se pusieron en contacto con los familiares que aquí residían, quienes solo pudieron lograr visas para entrar a Paraguay. Luego de permanecer dos meses en Paris, en donde debieron aguardar que la embajada paraguaya les emitiera los permisos de entrada como agricultores, viajaron a este país por intermedio de la Cruz Roja y el Joint Distribution Committee. “Recuerdo que abordamos un vuelo de la línea KLM, que nos dio un gran susto porque se incendió una de sus alas, y también porque los religiosos querían prender las velas de Shabat, pero aunque sufrimos pudimos llegar”.
Los tíos ya los estaban aguardando en Paraguay, desde donde cruzaron de forma ilegal por el río Pilcomayo para entrar a Clorinda, Formosa. Al llegar a la costa, en medio de la lluvia, fueron abordados por un policía montado a caballo que los condujo a su casa, donde incluso los invitó a comer. “Este policía fue muy servicial, pero nos dijo que si no teníamos papeles deberíamos regresar a Paraguay”.
Bernardo, que también había leído sobre Eva Perón y su ayuda a los necesitados, le escribió una carta por intermedio de la comunidad judía local, donde le describía la situación de los tres y le solicitaba el permiso para residir en la Argentina.
Al poco tiempo, llegó la respuesta de Evita en la que les decía que no debían preocuparse, ya que en Buenos Aires el tema se iba a resolver. Con la carta en mano, la policía les permitió viajar a esta ciudad, tras lo cual se instalaron cerca de la vivienda de sus familias, en Villa Lynch. Allí, Bernardo se dedicó al rubro textil, con el oficio de anudador, en el que se destacó y logró progresar económicamente. Sin embargo fue también por aquellos años que Sara recibió la dolorosa noticia de que, a causa de los golpes, no podría ser madre.