La Declaración Balfour fue el primer logro internacional de importancia del Movimiento Sionista. Para tener idea del alcance de ese logro, es importante comprender también sus aspectos problemáticos, ya que en momentos de la publicación de la Declaración – en forma de una carta privada del Canciller Arthur James Balfour a Lord Rotschild – Gran Bretaña aún no había conquistado la región del Cercano Oriente de manos del Imperio Otomano, y no era del todo claro que ella sería quien tendría el dominio sobre la región.
Como era habitual, nadie negó en aquel momento las facultades de las potencias de determinar el destino de los territorios que cayeron o caerían bajo su dominio. Así fue que el Reino Unido se adueñó de Irak y Francia se apoderó de Siria y Líbano, estableciendo allí finalmente estados árabes que fueron arrancados del dominio turco. La Declaración Balfour obtuvo su significado decisivo cuando fue adoptado por las potencias vencedoras y se tornó parte del Mandato Británico sobre Palestina–Eretz Israel. De esa manera pasó a ser, de una carta privada y una decisión británica, a formar parte del Derecho Internacional.
Por ello es importante tomar en cuenta la compleja redacción de la Declaración – no sólo lo que ella contiene sino también lo que no incluye. Diferentemente a lo que a veces indican voceros del sionismo, la Declaración Balfour no prometió crear un estado para los judíos. A pesar de ello, fue considerada un enorme triunfo para el movimiento sionista. La Declaración indicó que "el Gobierno de Su Majestad verá con buenos ojos la creación de un Hogar Nacional para el pueblo judío en Palestina-Eretz Israel". Había en ella un reconocimiento del pueblo judío y su derecho en Eretz Israel – formulación que ningún gobierno había adoptado hasta ese momento. El significado exacto de "Hogar Nacional" había quedado vaga, y de inmediato fue seguida de la reserva que "todo ello no perjudicará los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías en el país".
Desde la perspectiva británica, ello era una misión prácticamente imposible. Más aún después que los ingleses alentaron a los movimientos nacionalistas árabes en la región como parte de su guerra contra el Imperio Otomano. Ese nacionalismo se manifestó en lo que se llamó "La Rebelión Árabe" comandada por el Sharif Hussein de La Meca y con el aliento del servicio de inteligencia británico en El Cairo bajo la dirección de Lawrence de Arabia. Durante todo el período del Mandato intentó Gran Bretaña coinciliar entre su compromiso a un hogar nacional para los judíos y la necesidad de proteger los derechos de los no-judíos. Y como era de esperar, fracasó en su intento.
Desde la óptica judeo-sionista, el extraordinario logro de la Declaración Balfour implicaba la comprensión de que los judíos – o el movimiento sionista – carecen de monopolio o de derechos exclusivos en Palestina ya que vive en el lugar otra población más y es necesario tomarla en cuenta. El Imperio Británico no tuvo éxito en su misión de equilibrio, pero es importante recordar que el Movimiento Sionista obtuvo el apoyo de la potencia imperial más importante de la época, y más adelante, de la Liga de las Naciones.
Ello se produjo gracias a que el reconocimiento de los derechos de los judíos estaban engarzados con el reconocimiento de los derechos de los no-judíos. El hecho de que esos "no-judíos" no fueron denominados "árabes" o "palestinos" no tiene importancia.
Sin una mención de la población no-judía, la Declaración Balfour no hubiese sido aceptada por el gobierno británico, y en ese caso, tampoco hubiese sido incorporada en el Mandato Británico resuelto por la Liga de las Naciones.