ENOC Y OTROS CEREBROS SUPERDOTADOS
Cuando estaba terminando mi nota “El misterio de Elohim” recordé a un viejo amigo, católico, que es un ávido lector de la Biblia, de lo que es para él la Santa Biblia, es decir el Antiguo y el Nuevo Testamento. Somos amigos desde hace mucho tiempo y – como dijo Helen Nielsen—amigos de tanto tiempo que hasta podemos insultarnos con respeto y afecto. Es modesto, no se altera por casi nada, y opina que la Biblia es para él – fuera de sagrada escritura—un libro de ciencia, no accesible a todo el mundo.
Y aquí llegamos nuevamente al caso del Libro de Enoc (Janoj en hebreo) que no integra la Biblia. Los judíos lo tienen como un profeta por lo de Génesis 5,24, e interpretan su desaparición como que no murió, sino que entró vivo al Paraíso.
La redacción del Libro de Enoc, que estuvo perdido hasta la Edad Media, fue hecha –según se cree—en hebreo o arameo y esa redacción data de un par de siglos antes de la Era Cristiana. En 1773 el viajero y explorador escocés Jacobo Bruce (1730-1794) descubrió dos manuscritos en Abisinia; casi un siglo después se hallaron nuevos fragmentos. Lo curioso del asunto es que contiene muchas referencias a viajes interplanetarios y una curiosa teoría sobre la geografía y los cuerpos celestes. Una enciclopedia judía dice: “Pese a fantasías exuberantes los libros de Enoc son de gran importancia en el desarrollo del pensamiento religioso, tanto judío como cristiano, y – en forma distinta—en el gnosticismo”.
Muchos autores de obras de anticipación, realismo fantástico y similares lo mencionan repetidamente, en especial por las descripciones de sus viajes por el cosmos y las teorías que formula en ciertos casos, por ejemplo la de que sus vuelos interplanetarios hicieron que le pareciera muy poco tiempo su estadía en el espacio y, a su regreso a la tierra, habían pasado una cantidad de años muchísimo mayor a la que él calculaba en sus vuelos, lo que está de acuerdo con las más inquietantes teorías de Einstein y otros científicos.
A lo que quiero llegar es que no podemos rechazar a priori proposiciones y teorías por más que nos parezcan descabelladas o imposibles ya que, en algunas materias, estamos quizás dejando recién los pañales.
Pienso –con mi genial amigo—que, a la velocidad a que están avanzando la ciencia y la tecnología, es posible que algunas inteligencias adquieran o tal vez recuerden conocimientos que ya estaban en mentes privilegiadas de la antigüedad. No hay más que pensar en Roger Bacon, John Dee, Roger Boscovich, Cavendish, Filipov, el rabino Löew y tantos otros “insertados” en siglos que no les correspondía. Para los que quieran estudiar con más detenimiento la vida de esos precursores doy algunos datos y comentarios:
Roger Bacon, monje inglés, el llamado “doctor admirable” (1214-1294) ; el genio croata Roger Boscovich (1711-1787) que, fuera de las memorias y comunicaciones científicas, escribió catorce libros de matemáticas puras, veintiuno de física, quince de astronomía, siete de óptica, cinco de arqueología y siete de poesía en latín; Henry Cavendish (1731-1810), el sabio inglés que no ha sido estudiado debidamente; John Dee (1527-1608) otro genio inglés que se llevó numerosos secretos a la tumba; Mijail Mijailovich Filipov, asesinado a los cuarenta y cinco años en 1903 por la policía zarista, que destruyó su laboratorio y quemó sus papeles ; y el casi contemporáneo de John Dee, el rabino Löew de Praga (1525?-1609), el del Golem, a quien el emperador Rodolfo II daba largas audiencias, no habiendo nunca trascendido lo que en ellas se trataba; como dijo Jorge Luis Borges: “¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios al mirar a su rabino en Praga?”.
Y hablando de personajes cuyos descubrimientos e inventos no trascendieron tanto, recordemos las palabras de Chesterton: “César y Napoleón hicieron esfuerzos inauditos para que se hablara de ellos, y se habló de ellos. Existen hombres cuya única preocupación es lograr que no se hable de ellos, y no se habla de ellos”.
Pablo Schvartzman
Concepción del Uruguay, 25 de abril de 2010.
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