El derecho individual o grupal a tener una creencia religiosa es un derecho democrático inalienable y no debe ser puesto en duda por nadie. El contenido de este artículo se refiere a la peligrosidad de la mezcla de religión y política, para el desarrollo y la supervivencia de los pueblos.
Esto es especialmente importante si analizamos varios conflictos que tienen lugar en este momento en el Medio Oriente.
La religión puede ser usada como un elemento cohesivo en el proceso de liberación de los pueblos y para reparar su autoestima agraviada, pero cuando se trata de problemas para la subsistencia de un pueblo o para resolver conflictos, la introducción de lo sagrado puede oscurecer la perspectiva de soluciones. Los problemas que hacen a la seguridad, a la defensa, a cuestiones vitales como las reservas de agua y a la colaboración económica, pueden ser tratados de una manera cuando se utilizan instrumentos de análisis objetivo y de otra, cuando se introduce en los temas en litigio, interpretaciones religiosas. (Es importante señalar que son interpretaciones que son pasibles de cambio según el intérprete).
Los componentes religiosos fundamentalistas de un movimiento popular, no son como un abrigo de invierno que puede ser quitado de encima cuando ya no hace falta. Pueden llegar a penetrar profundamente en el movimiento al cual sirven y a desnaturalizarlo, hecho a tomar en cuenta cuando esboza una política de alianza con países fundamentalistas.
Trataré de ver como juegan estos factores en el conflicto israelí-palestino que me toca muy de cerca, pues soy un judío laico que vive en Jerusalén.
Tomemos en primer lugar el problema de la integridad territorial de la región situada entre el río Jordán y el mar, que los judíos denominan“Tierra de Israel” y los árabes, “Palestina”.
Cuando grupos de judíos , en su mayoría laicos, imbuidos de la cultura europea de la época de fines del siglo XIX, sintieron la necesidad de crear un país moderno, democrático, en el que los judíos fueran mayoría, un país del pueblo judío que pudiera darles amparo y protegerlos frente a tormentas político raciales, presentes y futuras (todo esto varias décadas antes del Holocausto), fueron apoyados por algunos sectores religiosos judíos y combatidos acerbamente por otros, pero los que los apoyaban, tenían la visión de un país regido, en la medida de lo posible, por los preceptos religiosos judíos, un país judío desde el punto de vista religioso. En el proceso de construcción del país, se llegaron a todo tipo de compromisos, pero la situación se torna mucho más difícil cuando se pone en juego la integridad territorial y sobre todo el carácter de la ciudad capital y simbólica: Jerusalén
Hay sectores religiosos judíos que afirman que dado que esta porción de la tierra les fue concedida por Dios es sagrada y no puede ser dividida sin cometer una ofensa a la voluntad divina. Esos sectores, sin ser mayoritarios, juegan un papel importante en la política y están ampliamente representados en el actual Gobierno israelí al punto que el ministro del Interior, Eli Ishai, que pertenece al partido ultraortodoxo Shas, en declaraciones hechas al periódico de su partido “Iom Iom” (Día a día), ha manifestado su agradecimiento a Dios por ser el ministro que lleva a cabo la construcción de millares de viviendas para judíos en el sector oriental de Jerusalén, habitada por árabes. Como es sabido por todos aquellos que se interesan en la problemática del Medio Oriente, la cuestión del estatus final de Jerusalén es un punto álgido en cualquier negociación y puede poner en peligro el intento de llegar a la paz por medio de la creación de dos Estados: el de Israel, que ya existe, con mayoría judía y con una gran minoría árabe que llega al 20 por ciento de la población, y el Estado de Palestina, a instalarse en los territorios ocupados por Israel después de la Guerra de los Seis Días, con una población mayoritariamente árabe.
Todo obstáculo a este plan podría llevar a la continuación del statu quo, transformando a Israel en un país anti democrático o llevando al establecimiento de un país binacional, judeo-árabe, que a poco andar se transformaría en un país con mayoría árabe, con lo cual el propósito inicial de construir un país democrático con mayoría judía, quedaría anulado.
El uso de los símbolos religiosos puede ser ambiguo, como el uso del concepto de santidad.
Si pensamos que la santidad esencial reside en la vida de los pueblos y de los individuos que los integran, veremos pues que el énfasis en la santidad de la tierra o de ciudades, en lugar de servir para asegurar al objetivo fundamental, puede llevar a entorpecerlo. Es como si colocáramos al carro delante del caballo, a los símbolos que sirven para movilizar a los pueblos por delante de la paz y la supervivencia de los pueblos mismos.
La conjunción de política y realidad en este caso, nos lleva al fundamentalismo que tiene el efecto de oscurecer el análisis lógico, a través de la creencia, para convencer a la gente.
Por otra parte y para reflejar una imagen de conjunto de la realidad regional, señalaré que hay sectores palestinos que consideran que esta tierra es parte de la Umma, vale decir, la patria sagrada del Islam, porque en un momento histórico fue parte de los dominios musulmanes y como tal es inalienable y su integridad no puede ser negociada. Recordemos que mientras el movimiento nacional palestino “Fatah” es laico y por lo tanto ,en principio, dispuesto a una negociación, aunque la mayoría de sus miembros son musulmanes devotos, el “Hamás”, sigla de las palabras árabes “Harakat al Muqamat al Islamia” (Movimiento de Resistencia Islámico), es, como su nombre lo indica, un movimiento religioso intransigente, que si bien ha servido para movilizar a la población palestina de la Franja de Gaza, ahoga las posibilidades de negociación, pues no reconoce el derecho a la existencia del Estado de Israel y esta dispuesto a lo sumo a una tregua temporaria, lo cual solo sería un respiro en el camino de la guerra y el riesgo de una aniquilación recíproca.
Este riesgo que ahora puede sonar como una exageración, puede llegar a no serlo, si se piensa en el poder creciente de Irán y del movimiento Hezbollah en el Líbano, que es su aliado militar, así como en el crecimiento del movimiento de los Hermanos Musulmanes en Egipto, que es su aliado político. Lamentablemente vemos dos grupos humanos en una situación particular.
Aboquémonos, pues, a la búsqueda de la paz y a la defensa de la vida, mediante un análisis riguroso y preciso de la ambigüedad de los símbolos.