Identidad y tradición son los dos componentes que a lo largo de las generaciones los judíos hemos sabido mantener encendidos a pesar de las graves dificultades halladas en nuestro camino. Elementos que en el devenir diaspórico se dieron por añadidura, por la mera naturaleza de las cosas, favoreciendo el desarrollo de comunidades cerradas pero no por eso estancadas en su crecimiento espiritual e intelectual, si no material. Se sabía que afuera estaba el enemigo, el otro, aquel que con su actitud beligerante justificaba la construcción de características propias como grupo humano. El judaísmo, en consecuencia, apoyó su existencia en la hostilidad del entorno poniendo el acento en una edad de oro que poseía coordenadas históricas y geográficas precisas. Era el Edén, pero también era Sión: el retorno a la Casa de David y al templo de Salomón. De esa manera se podía tolerar la miseria, sobrellevar la angustia y aguardar confiados la llegada de un Mesías redentor.
La tradición y la identidad comenzaron a sufrir modificaciones cuando desde ese mismo exterior que las consolidaba como características indelegables fueron llegando claras señales de un relajamiento en el severo trato dispensado hasta ese momento. Entonces, la pared del gheto empezó a resquebrajarse y los necesarios aires de la renovación impregnaron de nuevas expectativas a algunos de sus habitantes, entre ellos los más inquietos o lábiles, que no obstante su origen judío veían una puerta de salida a su realización personal o a las ansiedades atávicamente reprimidas.
No obstante, la conciencia de pertenecer a un pueblo y relacionarse con él a través de lazos más emocionales que racionales preservó los principios esenciales del judaísmo, exaltados por la independencia del Estado de Israel y las guerras que debió afrontar para asegurar su continuidad.
Todo esto sucedía en nuestros países mientras su constitución y caracteres permanecían inalterables, asegurando un provincialismo que los distanciaba cada vez más de un mundo en continua evolución. Actitudes y costumbres que favorecían el desarrollo de una parálisis que eximía de pensar en nuevos modelos, en desarrollar alternativas para el futuro, o siquiera considerar soluciones para problemas que nunca se presentarían. En las comunidades judías cundió el mismo dejar hacer; la tradición y la identidad perennes eran suficiente reaseguro para ese lento boyar hacia la nada.
Pero todos los fantasmas se materializaron de pronto y en cascada. Y como se suele decir, cuando sabía las respuestas me cambiaron todas las preguntas.
De pronto, los dos elementos esenciales de las instituciones comunitarias (la identidad y la tradición) comenzaron a experimentar el asedio del entorno. Un asedio que, por supuesto, no era agresivo ni amenazante como solía ser en la antigüedad y que tenía como resultado la cohesión de los judíos, sino cautivador, silencioso, casi una trasgresión. Una invitación a salir al mundo dejando atrás antiguos valores.
Pablo Hupert sostiene que la tradición se halla ausente en el judaísmo contemporáneo (1). Al diluirse el componente religioso del judaísmo en la Modernidad, la tradición obró como constituyente unificador, una identificación muy primaria que tenía que ver con hábitos y costumbres de la infancia y algunas visiones del mundo desde el hogar o el club que eran judías. En la actualidad, sigue el autor, las tradiciones comunitarias se desdibujan y en consecuencia aparece un estado de perplejidad que busca puntos de apoyo en lo conocido o en lo que es más cercano. La tradición ya no es un discurso aglutinante y deja sus elementos a la deriva. La cuestión es saber qué es ser judío sin tradición.
En mi ensayo, titulado "Posibilidades y riesgos de una vida en el margen" (2), elaboro un modelo que representa el tránsito de la identidad judía desde un hipotético centro donde el ser judío se presenta denso y concentrado, una fase intermedia en la cual es posible aprehender los elementos externos sin abandonar los propios, favoreciendo un enriquecimiento con la interacción, hasta un margen que se encuentra en permanente contacto con un exterior abigarrado de experiencias y novedades. La gran presión que ejerce el animado mundo multicolor opera como un atractivo igualador que licua tradiciones, como sostiene Hupert, y debilita identidades.
Pero esta situación admite un paso más allá y está íntimamente relacionado con actitudes de los propios dirigentes. En un artículo publicado en el periódico Mundo Israelita, Ricardo Feierstein (3) afirma que muchas de las figuras creadas por el imaginario social durante décadas o siglos dentro de las comunidades judías y que se citan de continuo en conversaciones o estudios profundos, ya casi no existen. Menciona, como ejemplo, cuatro arquetipos clásicos: la "idishe mame", "el Pueblo del Libro", el "gaucho judío" y "el jalutz kibutziano que construye el Estado de Israel". Esta reiteración de modelos perimidos no encuentra respuesta en la mayoría de la gente, que comienza a alejarse del estándar propuesto porque no coincide con su realidad cotidiana. Feierstein concluye que estos "emisores de viejos slogans extreman los argumentos de siempre que desembocan en un fundamentalismo perjudicial".
De esta manera entre el exterior, que ofrece un sinfín de alternativas, y el interior, incapaz de generar opciones que atraigan al mayor número de personas posibles, se establece un grado de complicidad que irá en detrimento de las instancias comunitarias porque sobre ellas se ejerce el máximo de presión.
En aquella primera aproximación al tema del centro y los márgenes, mi propuesta era desarrollar los suficientes reparos en el alma judía a partir de una educación consagrada a poner de relieve nuestros valores y ofrecer así pautas que posibiliten la vida en esos márgenes sin exponernos a los riesgos conocidos. Pero, ¿qué clase de educación?
La educación no puede ir detrás de la vida, persiguiéndola en desigualdad de condiciones. Debe ser la luz que la guía para permitirle hallar el mejor camino posible. Una educación basada en espejismos del pasado está destinada a fracasar y en el caso de las comunidades judías, ese fracaso significa la disolución del riquísimo mensaje milenario propio que se halla, empero, inerme ante las acuciantes tentaciones del ahora, si no lo alimentamos y le damos un nuevo contenido, respetando los valiosos originales.
Me propongo, en consecuencia, buscar algunas opciones. Más arriba mencioné como una humorada la tragicómica situación que se da cuando al saber todas las respuestas nos cambian las preguntas. Hagamos esto. Cambiemos las preguntas. Un interrogante que se ha hecho habitual en los últimos tiempos y que ha dado motivo para realizar encuentros, concursos, mesas redondas y talleres de reflexión es ¿Qué significa ser judío hoy?. En su lugar animémonos a preguntar: ¿Cómo ser judío hoy?
En la actualidad se acepta en mayor o menor medida que es judío quien se autodefine como tal, tenga o no algún tipo de ascendencia o haya pasado o no por un proceso de conversión (4). Esta inclusión de variables al tronco común del judaísmo permite acceder a diferentes visiones dadas por las distintas posiciones que cada uno está en condiciones de aportar. Por supuesto, están aquellos que suman a partir de sus concepciones religiosas, pero también son importantes quienes contribuyen desde la ideología, la cultura formal y popular, la ciencia, el conocimiento de las tradiciones, y los que buscan su identidad a través de una vida con mayor responsabilidad social. Y también están aquellos que no se encuentran dentro de la órbita institucional, no son religiosos ni sionistas, no se identifican con el estado judío, incluso se consideran fuera de la diáspora, no tienen pertenencia a ningún club o country, no hablan hebreo ni idish y que lo único afirmativo que expresan es su calidad de judíos. Es lo que con acierto Pablo Hupert llama "judíos sueltos" (5). En este caso lo que priman son las vivencias personales (el aroma de las comidas, los gustos, los sabores, la presencia de un abuelo con una característica específica), que encadenadas remiten a un conjunto de recuerdos, si no propios, ejercidos por una memoria común.
Por lo tanto, tradición e identidad no parecen ser los paradigmas que aseguran el devenir del judaísmo. Douglas Rushkoff, ex-articulista del New York Times y profesor de la Universidad de esa ciudad, plantea el significado del judaísmo, cómo deberíamos acercarnos a él y el porqué de su declinación actual. El judaísmo no está escrito en piedra, dice, es un proceso en el cual debemos participar. Pero para que eso ocurra, no debemos tener vacas sagradas. Tenemos que saber cómo funciona, cómo se arman sus textos y lo que debemos hacer con ellos. El judaísmo ha hecho innumerables contribuciones a la civilización: todo desde el shabat hasta la justicia social. Pero cree que la principal contribución del judaísmo es la noción que los seres humanos pueden hacer del mundo un mejor lugar para vivir. No sólo en la agenda de la justicia social, sino en la espiritual y religiosa también. Las acciones de la gente hacen una diferencia y pueden mejorar el mundo.
Si alejamos nuestra atención de lo que podemos hacer por el judaísmo y en su lugar miramos lo que podemos hacer por el mundo, el judaísmo tendrá muchos miembros y será más fuerte. Lo mejor del judaísmo es cuando se lo practica y no cuando se gasta tiempo y dinero rogando a los jóvenes que se involucren. Si tenemos la suficiente fe en él, ellos vendrán. Las comunidades se forman naturalmente cuando la gente siente que es invitada a participar. Las comunidades judías se debilitan cuando la gente piensa que va ser conducida o adoctrinada. Con eso, las comunidades pierden su vitalidad y mueren. El judaísmo no es individualista, es un equipo. Muchos judíos han entendido su judaísmo como una obligación antes que un privilegio. Entre esos privilegios se encuentra ser una persona consciente y una persona de conciencia, el privilegio de conectarse con la obra maestra de la literatura mística, una herramienta exquisitamente inspirada para el conocimiento como la Torá, es un privilegio, participar en un minián como un igual o aprender con un gran maestro. Principalmente es un privilegio servir como una luz para todos los pueblos, "or lagoim", y participar en el viejo proyecto de muchas generaciones de hacer del mundo un mejor lugar para vivir (6).
Cómo ser judío hoy acá implica aplicar los valores del pueblo judío y difundirlos para que quienes se sientan consustanciados con ellos, a pesar de desconocer su origen, los tengan como antecedente válido para conocerse a sí mismos. No se trata de convencer a los que ya están convencidos ni de atraer a quienes ya se encuentran dentro del marco comunitario. La tarea es crear un espacio lo suficientemente amplio para recibir a quienes se dedican al estudio y la comprensión de esos valores que van desde el shabat hasta la justicia social, pero también incluyen la ética, los derechos humanos, la filosofía, la literatura, la protección del medio ambiente, el respeto y la defensa de la vida, la afirmación de la libertad, la interpretación de los textos esenciales, la igualdad entre todas las personas. Todos ellos operan como principios sustanciales y remiten su originalidad a la legislación establecida en el monte Sinaí.
Quienes vislumbren en su horizonte algunas de estas preocupaciones vitales tienen la obligación de saber que su análisis y desarrollo no ha comenzado ayer o el día anterior, su punto de partida se halla en el origen de la historia y llega hasta la actualidad como el legado de un pueblo que ha conocido el sufrimiento y la desolación por mantenerse fiel a esos principios. Tal vez, y sólo tal vez, si uno es honesto y posee la capacidad de reconocer deudas adquirirá ese compromiso que lo relaciona a una serie interminable de conocimientos. Los frutos son esa herencia y por medio de ellos es posible rastrear las raíces que los sustentan.
En esa aproximación al judaísmo, que se constituye en el sustrato original en que se basan sus preocupaciones intelectuales o prácticas, puede partir una manera alternativa de identificarse, a partir de la cual podrán descubrir el fascinante universo que lleva implícito.
www.pablofreinkel.blogspot.com
NOTAS
(1)- Pablo Hupert, ¿Qué es ser judío hoy acá?, en ¿Qué significa ser judío hoy? Ensayos del Concurso AMIA 2004, Milá, Buenos Aires, 2005 pgs. 13-34.
(2)-Pablo A. Freinkel, Posibilidades y riesgos de una vida en el margen. Idem, pgs. 35-48
(3)- Ricardo Feierstein, "Imaginario social y realidad", Mundo Israelita, Buenos Aires, 3 de Marzo de 2006
(4)-Cf. Estudio Sociodemográfico de la población judía de Buenos Aires, Joint Distribution Committee, 2005.
(5)-Pablo Hupert, Judíos sueltos: De la vivencia a la experiencia. Comunicación personal.
(6)-Este artículo se encuentra en www.rushkoff.com/interviews/jewcy