Hay palabras –decía Cortázar– que como los caballos, a fuerza de ser usados, terminan cansándose, y fallecen en el agotamiento de la misma palabra.
Una de las funciones del intelectual es la de clarificar de manera crítica la palabra en su contexto políticosocial, denunciando de modo responsable cualquier hipocresía que legitime la injusticia y la represión.
Walter Benjamin, el ejemplo del intelectual, hizo honor a esa misión tan poco sumisa y tan altamente provocativa de querer, como decía él, pasarle el contrapelo a la historia para desafiar al pensamiento, a la actitud y a la acción que se acomoda y se adapta, lamentablemente, mucho más rápido de lo que imaginamos.
Entre su materia de escritura se encuentra una sección dedicada al concepto de la moda. Benjamin la denomina “Madame Moda”, dama mítica que acompaña a su camarada “Madame Morte”, ambas hermanadas en un diálogo que concluye con la aceptación de buena manera de estar juntas y arrastrarse al mismo destino. Dicho de otro modo, la moda es colega de la muerte y parodia del mismo cadáver. La moda cambia rápido, tan rápido que provoca la muerte. ¿Cómo se le encuentra una vuelta a la palabra, para que la palabra no sea moda y muerte, sino un objeto que enriquezca la vida y el entorno, de modo tal que retorne a ser significativa, y no agotada y no extinguida, y no perecida y no fenecida?
El 18 de julio de 1994 hizo que la palabra ciudadanía cambiara de rumbo para los que estamos aquí, para los que habitamos nuestra ciudad, esta ciudad, sus casas, sus calles y sus plazas.