Gol de la Igualdad. Así se llama el programa que una ONG israelí puso en marcha hace 10 años. Reúne a chicos árabes y judíos de escuelas pobres. Y los hace jugar.
Unos 10 mil chicos ya participaron del programa de la ONG Gol de la Igualdad en Israel. Cada año, en decenas de escuelas se mezclan razas, orígenes y religiones.
Podría ser el sueño idealista de un adolescente ingenuo: la paz en el mundo, los pueblos dejando atrás sus diferencias, niños compartiendo un juego sin distinción de razas, género y religión. Una canción de John Lennon. Una quimera… Y resulta que en Medio Oriente, tierra de tensiones eternas, de pretensiones mutuamente excluyentes, de miradas desconfiadas y desafiantes, esa imagen utópica empezó a cobrar vida hace menos de una década. ¿Hay responsables de semejante atrevimiento? Ni las Naciones Unidas, ni la Cruz Roja ni el Vaticano. Una ONG fundada por un grupo de estudiantes de la Universidad Hebrea de Jerusalén y empujada por un brasileño que eligió el idealismo a la abogacía. ¿Tiene un hilo conductor la idea? Sí. Ni Dios, ni el Estado ni la Justicia. El fútbol.
Así de locos están estos tipos para impulsar en Israel, escenario de uno de los conflictos más complejos del mundo, un proyecto fácil de resumir: vincular a pibes árabes e israelíes, judíos, musulmanes y cristianos, drusos, palestinos y etíopes, a través del fútbol. La ONG se llama Gol de la Igualdad y existe hace nueve años. Con una perseverancia que bien vendría para resolver el conflicto conocido, los responsables de la idea dividieron Israel en zonas y empezaron a contactarse con escuelas de barrios humildes de todo el país. Colegios judíos de las Colinas del Golán, en el Norte, y del Neguev, en el Sur. De Jerusalén y de Tel Aviv. De la fronteriza Sderot. Escuelas árabes de Jerusalén, de Cisjordania, del sur. Allí fueron a proponer un proyecto de acción social con el fútbol como pretexto y como instrumento de transformación e inclusión social.
“Empezamos en Jerusalén y el último año sumamos 3.000 chicos de todo el país. Ya armamos 200 equipos de 15 pibes cada uno, agrupados por zonas geográficas y por edades: 9 a 12, 13-14, 15-16. Reunimos a los chicos cuatro tardes por semana, después de la escuela. Dos veces jugamos al fútbol y las otras dos los ayudamos en las tareas escolares, armamos actividades sociales”. El que explica el programa es Gabriel Holzhacker, el vicedirector de la ONG, un paulista de 29 años fanático del fútbol en general, del Palmeiras en particular y de la convivencia en todas sus formas. “Los fundadores somos todos enfermos del fútbol, es nuestra vida, es mucho más que un deporte para nosotros -agrega-; yo llegué a Israel con mi familia cuando tenía 12, no sabía hebreo, no podía comunicarme, pero sabía jugar bastante bien a la pelota. Y en los ratos libres había fútbol. ‘Si sos brasileño debés ser bueno’, me decían. Y sí, jugaba bien. Durante largos meses lo único que hacía era jugar al fútbol, y eso me abrió las puertas en lo social. El fútbol me ayudó a integrarme y eso no lo olvido más”.
La idea de buscar alguna excusa para trabajar por la inclusión social encontró en el fútbol el canal ideal. Liran Gerassi, el director del programa, le hizo un lugar a Gabriel y allí fueron, a convencer a directores de escuelas escépticos de ambos lados. “No fue fácil. Muchos son pibes de la periferia social porque solemos trabajar con las poblaciones más pobres. Así que la búsqueda de integración es doble: unimos culturas, religiones y también estratos sociales. Mucha población vulnerable en Israel no tiene recursos para participar de otras actividades después del colegio. Y con el tiempo libre viene la calle, las malas influencias, las drogas…”.
El proyecto fue creciendo año tras año, y ya son diez mil los pibes que pasaron por Gol de la Igualdad. Una vez por mes se arma un gran torneo por región, doce en total. Cada escuela presenta su equipo, de varones o mixto, según quién se anote, y compite. Judíos religiosos contra árabes musulmanes, drusos contra judíos etíopes refugiados, rusos y cristianos… Con la excepción de Ako o Lod, no hay ciudades con escuelas en las que se mezclen religiones y procedencias. Muchos tienen cerca por primera vez en sus vidas a chicos de otro origen y otra creencia. Algunos salen por primera vez de su aldea árabe para entrar en una escuela judía. Los judíos no hablan árabe y los árabes no hablan hebreo, aunque formen parte de la misma sociedad y –país diminuto- nada quede demasiado lejos.
Un video casero grabado por los organizadores grafica lo que ocurre en uno de los encuentros, en Jerusalén. Se ven madres árabes que disimulan su nerviosismo sacando fotos y dándoles a sus hijos indicaciones tácticas como si supieran de fútbol. Para los chicos, en cambio, todo parece fluir mejor. Arabes y judíos se dan la mano con timidez a pedido de los profes, pero arranca el partido y la interacción es natural.
Loco por el fútbol, Gabriel cuenta que los chicos suelen llegar vestidos con camisetas del Real Madrid –siempre la 7 de Cristiano- y del Barcelona –la 10 de Messi, la 11 de Neymar-, y que, vistos desde lejos, resulta imposible distinguir procedencias. La globalización hizo su trabajo para igualar lo que casi todo lo demás separa.
¿Hay peleas entre los chicos? “No, pero estamos muy encima de ellos. Si no, podría haberlas. El primer encuentro suele ser tenso. A veces los pibes judíos llegan cantando música con cierto tono peyorativo para con los árabes. Hay que obligarlos a que se den la mano. Saludar con Salam o Shalom. Pero después se aflojan. Y lo mismo nos pasa con muchos padres, que al principio dudan en dejarlos participar y al final terminan viniendo ellos también. De las familias vienen los estereotipos y los prejuicios de los chicos”, explica Gabriel, que aclara que no tienen apoyo político ni estatal y que intentan dejar a un lado las grandes preguntas y los orígenes del conflicto. Hay empresas israelíes que apoyan, dos fundaciones, una inglesa y una brasileña, y varios municipios que dan una mano.
Hay satisfacción por lo conseguido. Hay momentos imborrables, como cuando armaron una delegación de 22 chicos para viajar a los Juegos Olímpicos de Río 2016 y alentar, judíos y árabes, a la judoca israelí Yarden Gerbi, medalla de bronce. O la vez que los pibes de Sderot, la ciudad más bombardeada desde Gaza, llegaron después de muchas dudas a Rahat, poblado árabe, para jugar a la pelota.
Y hay proyectos, claro. Uno es mezclar dos escuelas en el mismo equipo y competir, viajando en el mismo ómnibus y defendiendo los mismos colores. Hay dos barrios de Jerusalén que dieron el sí. El otro, venir a Buenos Aires con un grupo mixto para los Juegos de la Juventud de 2018.
Y el más importante: que cada chico entienda el valor de la convivencia en la diversidad. Y disfrute de jugar.