EL DESCANSO DEL CEREBRO
Aunque asistí a la escuela primaria, me considero un autodidacto total. Fui un alumno menos que mediocre: nada me gustaba, nada me interesaba, excepto castellano e historia; casi todo lo aprendí prácticamente solo primero y luego a través de la vida y de incesantes y desordenadas lecturas que ya duran más de ochenta y cinco años.
A los cuatro aprendí a leer y a escribir en castellano e ídisch (pues mis padres hablaban entre ellos en ídisch casi todo el tiempo) y especialmente mi madre era una insaciable lectora y lo hacía en castellano, ruso, ídisch y algún idioma más. Al ídisch coloquial lo llegué a dominar en un ochenta o noventa por ciento. Aprendí a andar en bicicleta moliéndome a golpes, a manejar automóvil a los ocho o nueve con el Ford A de 1929 de un vecino, a nadar en los arroyos y charcos de mi zona, a conducir motocicletas cuando tuve la primera a eso de los veinte años; la exacta ortografía fijándome obsesivamente – sin darme cuenta -- en mis numerosísimas lecturas, y escribí poesía desde muy pequeño, algunas quizás tan buenas o tan malas como las posteriores.
Se me despertó la pasión por el coleccionismo de monedas y medallas antes de los cuatro años y llegué a ser un numismático bastante conocido, obteniendo algunas distinciones nacionales e internacionales quizás no del todo merecidas.
Pero a esto quería llegar: a la manera de descansar de nuestro cerebro. He llegado a pensar que el cerebro nunca descansa, pero que en el curso de nuestra vigilia está casi completamente bajo nuestra dirección: lo que pensamos, lo que planeamos, lo que hacemos, sea estudiar, trabajar, escuchar música, cantar, bailar, conducir vehículos, alimentarnos, etc. lo realizamos con actos conscientes y tenemos al cerebro, por así decirlo, sujeto a una tarea incesante de la que no puede zafar, pero cuando nos dormimos o no estamos totalmente conscientes, de cualquier forma, él se desquita creando, inventando, imaginando situaciones, generalmente inverosímiles, en cuyo transcurso se divierte, juega, goza a sus anchas totalmente libre de la esclavitud a que está sometido cuando nos mantenemos alerta, ocupados o solamente despiertos.
Claro que no soy un científico sino un ser humano común y corriente, pero mi amigo el cerebro quizás juegue con mis ideas y mis pensamientos a mayor velocidad de la que sus congéneres lo hacen con personas más tranquilas.
En realidad, estas reflexiones me estuvieron bullendo durante mucho tiempo. Debo confesar que desde pequeño duermo mal, en forma inquieta y casi la totalidad de mi descanso nocturno – en forma permanente – está poblado de pesadillas, fantasías desagradables en su mayoría y sólo muy de vez en cuando se cuela un sueño agradable y placentero. Pero la inmensa mayoría de las veces – así creo que lo llegué a descifrar – es mi cerebro que, en su descanso, se burla de mis quehaceres y pensares. Me fui acostumbrando – como dice el proverbio judío: “Que Dios nos libre y nos guarde de aquello a lo que podemos acostumbrarnos”—y me reconcilié con mi magín y lo dejo retozar a su gusto.
Pablo Schvartzman
Concepción del Uruguay, 22.9.14
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