Desde la recuperación de la democracia en el año 1983 han pasado ya suficientes años como para que la sociedad argentina en general, y la comunidad judía en particular, hayamos tomado conciencia que este sistema imperfecto, susceptible de infinitos cambios y mejoras, es el mejor sistema de gobierno que hemos encontrado para convivir y desarrollarnos.
Sin embargo, como el agua que horada la piedra a fuerza de gotear millones de veces, la corrupción, la mentira, la impunidad y la traición han calado tan hondo en la conciencia política de los argentinos que si no lo revertimos y la seguimos descuidando, la democracia puede volver a ser un bien susceptible de ser perdido: a diario escuchamos que “todos los políticos son corruptos”, “la política es sucia”, “yo no participo porque son todos chorros” y eso se aplica tanto a nivel nacional como dentro de la comunidad judía.
Los que vivimos épocas de dictadura del lado de la gente común y del pueblo sabemos lo grave que eso puede llegar a ser. Y los judíos en particular no debemos perder de vista que los sistemas totalitarios son siempre más sanguinarios, más discriminadores y más antisemitas que las democracias.
Los argentinos no solo inventamos el colectivo, y la birome, no solo tenemos a Gardel y a Messi… también inventamos el transfuguismo político y lo tenemos a Borocotó.
El transfuguismo, término con el que el castellano define a quien "pasa de una ideología o colectividad a otra", y otras conductas contrarias a la voluntad popular, se identifican con el engaño, la mentira y la traición a los votantes que son la fuente del poder de quienes asumen un cargo electivo a partir de hacer cosas diferentes y muchas veces contrarias, a lo prometido en campaña.
La lengua española, a su vez, caracteriza al tránsfuga como aquel que ocupando un cargo público "no abandona éste al separarse del partido que lo presentó como candidato" y al "militar que cambia de bando en tiempo de conflicto". Dejando de lado la corrección de la terminología, a la fuga o cooptación de dirigentes políticos que se vino dando en los últimos años, motorizada especialmente por el kirchnerismo a nivel nacional, popularmente se la conoce como "borocotización".
En nuestra comunidad judía la “borocotización” la nombraré como “ortodixación” ya que tiene sustento en los cambios de candidatos que en las diversas instancias electorales se comprometieron con sus votantes para llevar adelante políticas inclusivas, democráticas, integradoras de todos los judíos a nuestra comunidad y terminaron transfugando sus votos para obtener algunos cargos, permitiendo que una minoría de nuestra comunidad imponga su forma de ver la realidad a la gran mayoría que lo sufre y condena.
En defensa del sistema democrático dentro de nuestra comunidad propongo la sanción de una norma ética aplicable a todas las elecciones de instancias centrales que indique que "podrá ser sancionado con la pérdida del cargo que detenta, el representante electo por una institución, partido, alianza o frente electoral, que decide incorporarse o representar otra opción política, salvo en el caso que demuestre que su conducta responde al incumplimiento de la plataforma electoral por parte del partido político, alianza o frente electoral por la que fue electo.”
Esta iniciativa apunta a sancionar un tipo de conducta, o mejor dicho, de inconducta política, lamentablemente en boga en estos tiempos: se debe sancionar el transfuguismo porque desconoce la voluntad popular, rompiendo con el vínculo de representatividad y convirtiendo a la política en un terreno para la consecución de intereses personales
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