RABIN, PREMIO NOBEL DE LA PAZ ASESINADO. SUS PENSAMIENTOS HUMANISTAS SE AGIGANTAN CON EL TIEMPO

Posteado el Mar, 05/11/2019 - 15:12
Autor
Lic. Rafael Winter
Fuente
http://www.mensuarioidentidad.com.uy

Una figura que se agiganta con el paso del tiempo. El 4 de noviembre se cumple un nuevo aniversario del asesinato de Itzjak Rabin (Z”L).

Fue una de las personalidades más exuberantes y emblemáticas que ha dado el pueblo judío y el Estado de Israel en el último siglo. La noche del sábado 4 de noviembre de 1995 quedó tristemente grabada en la memoria como uno de los acontecimientos más luctuosos de la historia del pueblo de Israel. El magnicidio cambió la historia. Un trabajoso proceso de paz con los palestinos se venía llevando a cabo. Camino lleno de espinas pero que, aunque fuera a los tumbos, con marchas y contramarchas, se avanzaba por él. Lentamente, pero se avanzaba.

El asesino, Igal Amir, ultraderechista nacionalista “religioso”, logró su objetivo: detener el proceso de paz. La palabra “religioso” está entre comillas pues, para quien escribe, alguien que se denomina o a quien denominan como tal no puede ser aquel que, aun cumpliendo la mayoría de los preceptos de la Torá, deje de cumplir estos dos: “No asesinarás” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Ni más ni menos. Amir actuó aparentemente solo. Pero en realidad su perversa acción fue consecuencia de la “educación” recibida por algunos de sus “guías espirituales”, los cuales consideraban -basándose en ciertas “fuentes” y su interpretación- que aquel que entrega parte de la Tierra de Israel, es decir, parte de la Tierra Prometida de acuerdo al concepto bíblico, es pasible de ser (justificadamente de acuerdo a dicha interpretación teocrática y fundamentalista) perseguido: es decir, eliminado. Ese enfoque, que aun no ha desaparecido de la mente de algunos, influyó en Igal Amir, quien, como es sabido, jamás se arrepintió de lo que hizo.Rabin, nacido en la Tierra de Israel en 1922, atravesó desde su ingreso al Palmaj por varias etapas hasta llegar a ser lo que fue. Sin duda, ya antes de la creación del Estado y hasta la Guerra de los Seis Días inclusive, hizo su gran aporte como soldado, estratega y jefe de Estado Mayor. Luego como diplomático, cinco años embajador en Washington. Posteriormente como primer ministro (1974-1977). Años después como ministro de Defensa y finalmente como primer ministro por segunda vez (1992-95), en lo que sería su etapa más gloriosa. La última de su vida en la cual pasó a la historia.

No solamente por su asesinato y las circunstancias que lo rodearon, aunque probablemente la tragedia haya magnificado aún más su enorme figura. Rabin fue, ideológicamente, hombre del sionismo-socialista prácticamente toda su vida. Al igual que otras grandes personalidades de Israel, con el paso del tiempo fue cambiando, modificando su postura, pragmatismo mediante, y en el tema palestino llegando a una conclusión que, por más obvia que parezca, no deja de ser trascendental: la paz se hace con el enemigo. Con él hay que negociar por más desagradable que sea. Es con él -no queda otra- que debemos intentar llegar a la paz. Rabin, con la inestimable colaboración y apoyo de Shimon Peres, logró llevar a Arafat y a la cúpula de la OLP a la mesa de negociaciones. Fueron lo suficientemente inteligentes para hacerlo en Oslo, con apropiado mediador, lejos del “mundanal ruido”. Además, seguramente, en esos años 1992-93, a Arafat y su deteriorada OLP de entonces les servía un acuerdo con Israel (más allá de lo que el líder palestino entendía exactamente por “acuerdo”).

Probablemente la coyuntura internacional, la Guerra del Golfo de los años 90 y 91 (en la cual Arafat tuvo una desgraciada postura política), la Conferencia de Madrid del año 1991 y otros factores habrían llevado al líder de la OLP a un aparente cambio de actitud, también más pragmático.Finalmente, el 13 de setiembre de 1993 se firmaron en la Casa Blanca, Washington, los así llamados “Acuerdos de Oslo”. Debido a los cuales, a finales del año siguiente, Rabin (conjuntamente con Peres y Arafat) obtuvo el Premio Nobel de la Paz. Durante el año 1995 tuvieron lugar los acuerdos conocidos como Oslo II. Dificultosamente, se venía avanzando. Concesiones dolorosas, tierras a cambio de paz. Era lo que estipulaban los acuerdos. Y sí: un acuerdo comprende concesiones de ambas partes (las cuales deben cumplirse en tiempo y forma). Si una de las partes cede, no hay acuerdo. Un porcentaje considerable de la población israelí apoyó a Rabin en este camino. Población que seguramente tenía sus dudas, inseguridades y temores. Pero, por encima de todo, la figura de Rabin le inspiraba confianza.

Como le inspiraba al mundo. La noche del 4 de noviembre de 1995 una multitudinaria concentración se había reunido en una enorme plaza de Tel Aviv, Kikar Maljei Israel, en apoyo a la paz y por ende a Rabin, quien ya hacía un tiempo venía siendo demonizado y amenazado por sectores de la ultraderecha israelí. Rabin, hombre más bien parco, no acostumbraba a exteriorizar sus emociones, menos aún a cantar en público. Pero esta vez lo hizo. Cantó el Shir Lashalom: la canción por la paz. A pocos instantes de finalizar el acto, Amir disparó y lo asesinó. A Igal Amir no se le ocurrió previamente esperar a las siguientes elecciones para manifestar su disconformidad a través de las urnas. El valor de la democracia no es lo que cuenta entre esta gente. Era ideológicamente contrario a las ideas de Rabin. Directamente -ya que, como vimos, le habían enseñado que “estaba permitido”- lo mató. Luego del magnicidio, ya nada fue igual. Lo que había comenzado a ser y lo que daba la sensación pudo haber sido. Con el paso del tiempo el proceso de paz descarriló. Arafat volvió a ser lo que, por un tiempo, parecía haber dejado de ser.

Todo terminó. El asesino había logrado su objetivo. De todos modos, Rabin dejó un hermoso y gran legado. Con el paso del tiempo su figura se agiganta más y más. Fue mucho más que un político: fue un estadista. Y especialmente en la última etapa de su vida, contra viento y marea, un luchador por la paz. Como lo expresó en aquellos trágicos días Shimon Peres: Rabin fue un don de la historia.

 

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