Sara Rus - Entre dos monstruos - (Segunda Parte)

Posteado el Dom, 16/12/2012 - 19:53
Autor
Julián Blejmar
Fuente
Para Plural JAI

 

Ver primera parte

Argentina seguía en el horizonte de los sobrevivientes de la Shoá Carola, Sara, y Bernardo Rus, por lo que se pusieron en contacto con los familiares que aquí residían, quienes solo pudieron lograr visas para entrar a Paraguay. Luego de permanecer dos meses en Paris, en donde debieron aguardar que la embajada paraguaya les emitiera los permisos de entrada como agricultores, viajaron a este país por intermedio de la Cruz Roja y el Joint Distribution Committee. “Recuerdo que abordamos un vuelo de la línea KLM, que nos dio un gran susto porque se incendió una de sus alas, y también porque los religiosos querían prender las velas de Shabat, pero aunque sufrimos pudimos llegar”.

Los tíos ya los estaban aguardando en Paraguay, desde donde cruzaron de forma ilegal por el río Pilcomayo para entrar a Clorinda, Formosa. Al llegar a la costa, en medio de la lluvia, fueron abordados por un policía montado a caballo que los condujo a su casa, donde incluso los invitó a comer. “Este policía fue muy servicial, pero nos dijo que si no teníamos papeles deberíamos regresar a Paraguay”.

Bernardo, que también había leído sobre Eva Perón y su ayuda a los necesitados, le escribió una carta por intermedio de la comunidad judía local, donde le describía la situación de los tres y le solicitaba el permiso para residir en la Argentina.

Al poco tiempo, llegó la respuesta de Evita en la que les decía que no debían preocuparse, ya que en Buenos Aires el tema se iba a resolver. Con la carta en mano, la policía les permitió viajar a esta ciudad, tras lo cual se instalaron cerca de la vivienda de sus familias, en Villa Lynch. Allí, Bernardo se dedicó al rubro textil, con el oficio de anudador, en el que se destacó y logró progresar económicamente. Sin embargo fue también por aquellos años que Sara recibió la dolorosa noticia de que, a causa de los golpes, no podría ser madre.

Daniel
Pero Sara era Sara. “Sufrí una enormidad para tenerlo, querían incluso que abortara, pero un gran médico, Dubrovsky me dijo que lo iba a tener, porque él lo quería, y cuando nació me dijo también que había nacido un judío. Yo le contesté que ya lo sabía…era mi hijo, pero él me dijo que se refería a que había nacido circuncidado, algo que sucede en muy pocos casos”. Corría 1950, y Daniel era también el hijo de una nueva vida, a la que luego se sumaría Natalia.

Hablaba el idish como nosotros, todos se volvían locos al escucharlo”, recuerda Sara con una tibia sonrisa. Pero Daniel no solo tenía facilidad para las lenguas, sino que se destacaba en todo. A los 12 años ya se compraba libros y revistas de ciencias atómicas, que devoraba en pocos días. “No sé cómo, pero de repente  aparecían en mi casa, y siempre me dijo que iba a estudiar eso. A los 12 años dio una conferencia en el colegio, que acompañó con una cartulina para mostrar cómo se movían los átomos. Nosotros no entendíamos nada, y los maestros decían que esto nunca les había pasado, tengo todas las felicitaciones que les escribieron. Lo mismo pasó en su secundario y en la UBA, siempre las mejores notas en toda su educación, que fue toda pública”. Al egresar de la UBA como físico nuclear, ingresó a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) mientras que para completar sus ingresos trabajaba también como ayudante en la fábrica textil que, con mucho esfuerzo, había logrado montar Bernardo.

Volver a las fauces
Aquel viernes 15 de julio de 1976, Daniel no regresó a casa. Sara y Bernardo comenzaron a deambular por hospitales, temiendo un accidente. “Luego me enteraría que su auto había quedado en la facultad, pero en su momento nadie se nos acercó a contarlo, por miedo”. Nuevamente, Bernardo escribiría desesperadas cartas a Jorge Videla, Emilio Massera, e Isaac Rojas. Al igual que había sucedido con Evita, también recibiría respuestas, pero esta vez no para asistirlo, sino para burlarse de ellos, al afirmarles que posiblemente se había escapado por su propia cuenta.

Así, tres décadas después, Sara volvería a enfrentar a un monstruo, diferente, e igual. Con la ayuda de sus abogados presentó un habeas corpus, se unió a las Madres y comenzó a dar vueltas todos los jueves por Plaza de Mayo. “Pero estaba sola, la Daia y la embajada de Israel no me ayudaban sino que me rechazaban, solo el Rabino Marshall Meyer nos acompañó, incluso a la plaza, contactándonos además con personalidades del exterior para ver si nos podían ayudar. También el periodista Herman Schiller publicó una carta de Bernardo en su diario Nueva Presencia”.

Daniel había sido secuestrado junto a cerca de quince compañeros, por motivos que aún hoy siguen siendo difusos “Creo que no militaba, aunque sí se reunía con otros trabajadores de la  Cnea que se oponían a la dictadura, pero tal vez lo hayan llevado solo por estar en alguna libreta”, comenta Sara, describiendo en sus palabras el caso de miles.

La intensa lucha, no cesó al llegar la democracia. “Pero mi esposo se dio un tiempo de espera. A comienzos de diciembre de 1983, con la llegada de la democracia, me dijo que se daría medio año para encontrar a Daniel, o de lo contrario ya no tendría más esperanzas. Durante el verano de 1984, le detectaron un cáncer y falleció el 12 de mayo de 1984. Mi madre Carola, que era una mujer que había recuperado la alegría y se había vuelto a casar, a partir de que se enteró que Daniel no venía más a casa no pregunto mas nada, se anuló”.

Según confiesa, hasta pasados dos o tres años de la democracia continuaba teniendo esperanzas, y luego luchó, y lucha, para que encuentren el cuerpo de su hijo. “Yo sabía que si estaba vivo, se comunicaría conmigo, y encima tenía que escuchar cosas increíbles, como que estaba trabajando en Rusia. Pero mi lucha siguió por mi hija Natalia, mi madre y mis dos nietas, a quienes no podía abandonar, y también por la transmisión, ya que al igual que como Sobreviviente de la Shoa, desde las Madres lucho para que se olvide ninguna de las dos historias”.

Reflexiones de una gladiadora
El haber visto a los ojos a los dos monstruos, permite a Sara señalar que “los militares de acá tomaron un buen ejemplo de los nazis, no hubo diferencias en su accionar, en su objetivo de matar y torturar a los diferentes, porque los nazis no solo mataban judíos, sino a gitanos, lisiados, homosexuales, comunistas, y a los que no les obedecían, eran o pensaban de otra forma”.

Y también sobre la existencia de Dios. “Creo en algo superior, no sé como se llama. Yo conocí dos personas, una mujer religiosa que perdió a toda su familia, y que en el campo de exterminio me dijo que ya no creía en Dios. Y también a un primo hermano, que no era creyente, y a quienes los nazis le mataron a su esposa e hijo. Muchos años después, fui a visitarlo a los Estados Unidos, donde lo encontré todo vestido de negro, con barba y peies. Se había vuelto a casar, había tenido tres hijos, y me dijo, ´ahora veo a un Dios que me dio esto’. Yo estoy entre estas dos personas, pero sí creo en la vida, y le agradezco sus cosas lindas y el amor que me rodea”.

 

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