Judíos y Genocidas

Posteado el Dom, 18/07/2010 - 20:40
Autor
José Chelquer
Fuente
Pensandonos.com.ar

 

Hasta hace unos 5 años, el uso de términos como genocidio aplicados a la política de Israel en relación con los palestinos no había ganado la calle en la Argentina. Lo que en Europa hace mucho que no era novedad, aquí era sólo patrimonio de grupos reducidos, hasta que la Guerra del Líbano en el 2006 y la de Gaza en el 2009 abrieron las compuertas.
 

El uso de terminología con reminiscencias del nazismo en relación con Israel–o las comparaciones explícitas- es, en la escala mundial, amplio y abarcativo. Sin pretensiones científicas, una rápida visita a Google puede darnos una idea. El siguiente gráfico acerca algunos datos sobre la cantidad de resultados producidos por búsquedas que relaciones Holocausto o Genocidio con judío/s o palestino/s. Los números corresponden a búsquedas a escala mundial pero mantienen las proporciones similares cuando se circunscriben a la Argentina.

 

¿Sorprendente?
 

Obviamente, hay que tener en cuenta que en tanto el Holocausto ocurrió en los 40, mucho antes de Internet, el conflicto palestino-israelí es tema de actualidad. ¿Será esa la causa?
 

A modo de comparación: genocidio Darfour o Darfur(2003, 400.000 muertos) produce 600.000 resultados, 10 veces menos que su homólogo palestino; Genocidio Ruanda (1994, 800.000 muertos) produce 234.000 y Genocidio Bangladesh (1971, 2.000.000 de muertos) produce 708.000. ¿También sorprendente?
 

Discutir la propiedad de aplicar la terminología del nazismo al conflicto palestino-israelí debería resultar ridículo y absurdo. ¿Cómo comparar el sufrimiento palestino con un plan de exterminio? No es que las comparaciones deban estar vedadas: se puede aprender de ellas si son honestas. Comparar a un electrón orbitando alrededor del núcleo atómico con un planeta alrededor del Sol puede tener sentido, pero no convierte al electrón en planeta ni permite deducir que si se saliera de órbita amenazaría con impactar y destruir la Tierra…
 

Los genocidios y holocaustos no son meramente una cuestión cuantitativa, pero vale la pena recordar algunos datos. Se estima que en el operativo de Gaza murieron entre 1.000 y 1.500 palestinos (incluyendo militantes y civiles), un número similar al de libaneses en el 2006; un fenómeno duro y doloroso, sin duda. En la 2da Intifada murieron 4.700 y en el período 1947-1949 (la Nakba, la Guerra de la Independencia y su predecesora, la Guerra Civil) entre 3500 y 6000. ¿Qué hay de las situaciones en que no participó Israel? En la “Guerra de los Campos” entre los palestinos y las milicias musulmanas chiitas pro-sirias en el Líbano murieron 5.000 palestinos; en la represión Jordana de 1970, unos 10.000 (las estimaciones van desde 3.400 a 25.000), en la guerra civil libanesa, las estimaciones para 1975-1976 van desde 40.000 a 100.000 muertos, en su mayoría civiles y en buena proporción palestinos, en las luchas intra-palestinas en el Líbano, 2000 muertos, en la Rebelión Árabe de 1936-39 los británicos mataron unos 3000-6000 palestino y durante la 1era Intifada se estima en 1.000 el número de palestinos ejecutados sumariamente por otros palestinos bajo acusaciones de colaboracionismo… Las cifras, por supuesto, son discutibles y tratándose de Medio Oriente siempre se puede dejar amplios márgenes de error lo que no cambia el panorama general.
 

¿Cómo explicar, entonces, el uso de esta terminología para el caso palestino? Aunque la masividad de su difusión fuera menor, debería mover a dudas.
 

El hecho de que el judío sea un pueblo que ha sido víctima del mayor intento de exterminio de la Historia nos obliga a ser particularmente severos con la aparición en el campo propio de fenómenos que siquiera tangencialmente se acerquen a los que nos aquejaron. En ese sentido, es lógico que estemos alertas, porque el nazismo no es genéticamente alemán. Los mayores monstruos han sido seres humanos de los que sus vecinos dirían que “parecía una buena persona”, de modo que cuando descubrimos mecanismos sub-humanizadores del oponente, indiferencia ante su sufrimiento o episodios de abuso gratuito de la fuerza, es bueno que recordemos que “fuimos esclavos en Egipto”… Los avatares de los conflictos en que está inmerso el Estado de Israel generan incomodidad. Es duro para quienes desarrollamos una identidad identificándonos con las víctimas digerir las escenas de Gaza o el Líbano, donde es la tropa propia la que juega el papel del Estado armado, y las comparaciones –aunque sean absurdamente exageradas-, pueden cumplir cierto papel de anticuerpos morales.
 

La propaganda anti-israelí lo sabe, y se dirige a los judíos no menos que a los que no lo son cuando usa con ligereza términos con enorme carga como genocidio, holocausto, campo de concentración, masacre o exterminio, para aplicarlos a Israel. Se trata de un movimiento poderoso, que aprovecha simultáneamente varias oportunidades:
 

Identificar a Israel con los nazis tiene un efecto liberador en muchísimos no-judíos, sean o no antisemitas. El Holocausto ha cargado de culpa a una humanidad que lo ha permitido, y no son pocos los que padecen el sentimiento de que los judíos nos comportamos como acreedores del mundo. Achacar a Israel conductas nazis termina con el trauma: ya no hay por qué sentir culpa, porque el que roba a un ladrón...
 

En cuanto a los propiamente antisemitas, conscientes o no, les permite revivir viejos odios que durante décadas fueron tabú, presentándolos en una forma “políticamente correcta”. Incluso las manifestaciones más extremas recobran vigor: los viejos “Protocolos de los Sabios de Sión” aparecen reescritos poniendo en el sionismo el papel del confabulador por la dominación mundial y los libelos de sangre toman la forma de comercio de órganos de palestinos.
 

Finalmente, la asociación Israel-nazis busca bloquear el apoyo judío a Israel, identificando al “buen judío” como aquél que representa a la víctima en tanto no apoye a quien se estigmatiza como el victimario universal, lo que tiene una fuerza deslegitimadora fenomenal.
 

En el campo judío hay quienes compran esta propuesta con distintos grados de entusiasmo. Están los que creen que se les extiende un salvoconducto para permanecer en el campo progresista siempre que se pongan a la cabeza de los acusadores –un pago que, aunque difícilmente reciban, sería merecido si se piensa en el valor propagandístico que tiene una solicitada promovida y firmada por intelectuales judíos llamando a “detener el genocidio del Estado de Israel”. Están los que se sentían en la periferia del mundo judío por no adherir al proyecto sionista (una posición legítima, después de todo) y quieren ganar el centro de la escena con un ataque, por injusto que sea (una posición que ya deja de ser legítima). Están los que sinceramente se sienten ajenos al discurso auto-justificatorio que encuentran en los ámbitos comunitarios, y queriendo ser críticos prefieren marcar los pecados del pastor aun al precio de ignorar a los lobos. Están los que se sienten perdidos y abrumados, y apenas descubren que los judíos no son santos, desmoronadas sus frágiles defensas, creen descubrir que estaban durmiendo con Satán.
 

La demonización no es un fenómeno nuevo para los judíos. Haríamos bien en reconocer sus –evidentes- signos y combatirla mientras enfrentamos nuestros propios dilemas morales.
 

Si tenemos fiebre, tomemos antibióticos, no aceptemos cianuro.

 

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