Una historia atravesada por la desconfianza y el prejuicio

Posteado el Dom, 11/03/2012 - 12:30
Autor
Raanan Rein*
Fuente
Diario La Nación

 

La historiografía sobre los latinoamericanos judíos es casi uniforme en sugerir que el antisemitismo en América latina en general, y en la Argentina en particular, es más fuerte que en otras regiones del mundo. Uno podría tener la impresión de que la vida para los judíos en Sudamérica ha sido insoportable, una pesadilla continua. Sin embargo, las nuevas corrientes historiográficas vienen a desafiar esta imagen de la Argentina e insisten en la "sobredimensionada energía que las investigaciones ponen en tratar el problema del antisemitismo".

Al analizar los discursos antisemitas, incluso cuando emergen de centros políticos poderosos, hay que tener en cuenta que no siempre se traducen en formas de opresión absoluta. Además, los estereotipos a menudo funcionan por sus presuposiciones positivas y existe una distinción entre judeófobos (aquellos que odian a todos los judíos) y antisemitas (quienes albergan algunos o muchos estereotipos o nociones negativas acerca de los judíos). Asimismo, los que expresan estereotipos negativos acerca de los judíos (o algún otro grupo étnico), al mismo tiempo podrían albergar estereotipos positivos acerca de ellos.

Formas de la intolerancia

Si bien es cierto que la presencia judía en la Argentina siempre estuvo acompañada de manifestaciones de antisemitismo, es importante diferenciar los distintos tipos, en lo que probablemente es uno de los campos más estudiados de la vida de los judíos en América del Sur.

Varios investigadores han señalado tres niveles de antisemitismo en la Argentina: popular, organizado y promovido por el Estado. El antisemitismo popular es difícil de medir. Profundamente arraigado en las enseñanzas católicas, se ha visto alimentado con frecuencia por propaganda nazi (en la década de 1930 y los años de la Segunda Guerra Mundial) o por la propaganda árabe (a partir de la década del 60). Sin embargo, encuestas publicadas en la última década indican que los judíos no son más odiados que otros grupos étnicos o sociales, mientras que muchos consideran a corporaciones multinacionales, la Iglesia Católica, bancos, políticos o las fuerzas armadas como detentores de "demasiado poder", más que el de los judíos.

Los primeros grupos antisemitas organizados aparecieron en 1910, el año de los festejos ceremoniosos del centenario del inicio del proceso de independencia. En 1919, aprovecharon una huelga obrera para atacar judíos ("rusos"), sobre todo en los barrios de Once y Villa Crespo, a los que consideraban como concentraciones de fermentación revolucionaria. Más tarde explotaron el secuestro del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann en Buenos Aires por parte de agentes del Mossad (mayo de 1960) para acusar a los judíos del país de doble lealtad y llevar a cabo una serie de ataques antisemitas violentos, liderados por grupos tales como Tacuara y la Guardia Restauradora Nacionalista. Estos incidentes no se repitieron, pero en las décadas subsiguientes hubo organizaciones que, con frecuencia, distribuyeron propaganda antisemita y hasta realizaron algunos ataques aislados contra instituciones judías. Generalmente reducidos en número de activistas, estos grupos ganaron en algunas ocasiones cierta influencia en círculos militares, eclesiásticos o políticos. Desde los 60, parte de la propaganda antisemita se arropó con un discurso antiisraelí o antisionista.

El antisemitismo fomentado por el Estado fue raro en el caso argentino. Se manifestó en las limitaciones impuestas a la inmigración judía en las décadas de 1930 y 1940 y también pudo notarse en los años de la brutal dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983. Durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional, la comunidad judía sufrió en forma desproporcionada los efectos del terrorismo impuesto por las Fuerzas Armadas: si bien los judíos conformaban el 1% de la población, fueron alrededor del 10% de los desaparecidos. Conforme a numerosos testimonios, aquellos judíos arrestados por los militares sufrieron más que los no judíos; no obstante ello, las instituciones comunitarias continuaron con sus actividades normales, no se promulgaron leyes antisemitas en ninguna etapa y las relaciones de las autoridades nacionales con el Estado de Israel fueron excelentes.

En su testimonio ante los miembros de la Conadep, comisión nacional constituida tras el colapso de la dictadura y cuyas conclusiones serían publicadas más tarde, Jacobo Timerman contó los detalles de su captura en su domicilio porteño, en 1977. El periodista declaró también que sus interrogadores eran fanáticos antisemitas y antimarxistas, que recalcaban que "tres son los enemigos principales de la Argentina. Karl Marx, porque trató de destruir la idea cristiana de la sociedad; Sigmund Freud, porque trató de destruir la idea cristiana de la familia, y Albert Einstein, porque trató de destruir la idea cristiana del espacio y el tiempo". Timerman enfatizó que la cuestión de su judaísmo surgió una y otra vez en todos los interrogatorios, e incluía preguntas sobre las intenciones israelíes de enviar fuerzas militares a la Argentina para concretar el "Plan Andinia", según el cual supuestamente los sionistas ocuparían un amplio sector de la Patagonia en el sur del país para establecer allí otro Estado judío.

Otro detenido, Juan Ramón Nazar, confirmó que sus captores tenían sólidas posturas antisemitas y que permanentemente exigían detalles sobre el "Plan Andinia". Lo manifestado por Timerman se refuerza con el telegrama enviado en mayo de 1978 por el embajador de Israel en la Argentina Ram Nirgad a sus superiores en Jerusalén, en el que escribe: "La lucha contra los grupos subversivos clandestinos se combatió y se combate en forma drástica y los medios adoptados son brutales y cruentos? Parte de los judíos que fueron víctimas de las acciones contra las bandas clandestinas sufrieron extra por ser judíos (sic). También se manifiestan tendencias antisemitas en las investigaciones que fueron orientadas hacia organizaciones judías y sionistas".

El nuevo libro de Hernán Dobry, Los rabinos de Malvinas: La comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo , revela con detalle cuán profundamente arraigado estaba en las Fuerzas Armadas el concepto acerca de la supuesta "doble identidad" de los argentinos judíos.

La transición a la democracia en los 80 y 90 vio la adopción de políticas tolerantes hacia las minorías étnicas y una conciencia creciente de la naturaleza multicultural de la sociedad argentina. Esto, sin embargo, no marcó la desaparición por completo del antisemitismo o incluso de sus eventuales manifestaciones violentas. De hecho, los dos atentados cometidos con potentes artefactos explosivos contra la embajada de Israel (marzo de 1992) y el edificio de la AMIA (julio de 1994) representaron un tipo distinto de peligro para los judíos en la Argentina: terrorismo transnacional con apoyo local. Estas bombas lograron activar una movilización de las bases y generar una polémica constante entre los judíos argentinos acerca de sus identidades individuales y colectivas, su lugar dentro de la sociedad argentina y sus relaciones con su patria imaginada, el Estado de Israel.

Así y todo, la historia de los judíos en la Argentina es una historia de éxito. Cualquier observador extranjero no puede sino quedar asombrado por la diversidad y la riqueza cultural en que viven los argentinos judíos. Contrariamente a la imagen que retratan muchos estudios sobre el antisemitismo en el país, los judíos se han integrado muy bien a la sociedad, la economía y la cultura argentinas, muchas veces mejor que en cualquier otro país y a menudo sin rechazar el componente judío de su identidad individual o colectiva.

* El autor es profesor de historia española y latinoamericana y vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv. Su libro más reciente es ¿Judíos argentinos o argentinos judíos? Identidad, etnicidad y diáspora.
 

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